Por: Germán Peña

La crisis de autoridad que hoy nos agobia, hace pensar a los jóvenes nacidos, bajo la férula de los adelantos tecnológicos, que el viejo es un mueble desvencijado; que el adulto mayor debe vivir, arrinconado, olvidado, silenciado y, si es posible consignado en un hogar geriátrico. El viejo, tradicionalmente depositario de lo más preciado que es la sabidurÃa, el conocimiento empÃrico dela vida, la experiencia y muchas veces el conocimiento cientÃfico, permanece desechado, subvalorado y sub utilizado.
Cuando se es adulto y quizás cuando nuestros padres han terminado su ciclo biológico, traemos a nuestra memoria todo aquello que nos decÃan y que en su momento no cobró la verdadera dimensión. Entonces, hoy con frecuencia expresamos: ¡mi papá y mamá tenÃan razón! Cierto es, lo único queellos pretendÃan era ayudarnos a salir adelante en el tortuoso recorrido de la vida.
El lento caminar del viejo y sus naturales dolores articulares, que ralentiza su movimiento cotidiano, son inversamente proporcional a la claridad de sus consejos, lo diáfano de sus palabras y el alcance de sus recomendaciones. Ahà es cuando exultantes décimos: ¡mis viejos tenÃan razón!
No existe avance tecnológico que supere ni remplace el haber vivido en carne y hueso las vicisitudes de la vida y sus naturales incomprensiones. En una larga vida, sortear todas las angustias, superar las tribulaciones e interpretar las epifanÃas que aparecen imprevistas en lo cotidiano, nunca será comparable con la frÃa inmediatez, la insustancial y desafiante inteligencia artificial. Todo lo que hoy se vive, es parte del trasegar por un mundo lleno de impaciencia y obstáculos que propician las absurdas caÃdas.
¡Los cuchos y las cuchas tenÃan razón!
La intuición maternal conlleva a desenmarañar lo imposible y ver con claridad lo que proporciona el sexto sentido. AsÃ, guiadas por la sensibilidad materna, fue que un puñado de madres insistieron en intervenir un inmenso lote de terreno denominado "La Escombrera" en MedellÃn. Las valientes madres llevaban años en busca de justicia y el calmante que les aliviará el dolor profundo. Mucho tiempo estuvieron interviniendo ante instituciones del estado, para permitir excavar miles y miles de metros cúbicos en la búsqueda de los restos de sus seres queridos, que dicen son 504 personas desaparecidas.
La osamenta mimetizada en el barro era como buscar una aguja en un pajar. Después de trasegar y navegar por las aguas turbias de la burocracia y vencer el negacionismo estructural que caracteriza a la extrema derecha, la insistencia de las madres buscadoras tuvo por fin resultado: han ido apareciendo, asà sea a cuentagotas, lo que les alivia el dolor, los restos de sus seres queridos van emergiendo del fondo de la Escombrera.
En todo esto, aparece el arte como transgresor. Pretender acallar las expresiones artÃsticas y su conexidad con las causas justas en el terreno social y polÃtico, es caer en el oscurantismo de la expresión: "la pared y la muralla es el papel del canalla". No se trata de los muchos mensajes vulgares que se hacen en la intimidad de un baño público, donde se da rienda suelta a oscuras pasiones, gustos o tendencias normalmente inconfesables. Se trata del mural o el transgresor graffiti.
En Colombia, por todo lo vivido se pretende normalizar el dolor, pero en contra de ese tratamiento, los murales expresan la solidaridad con ese dolor. Ocultar el mural y cubrirlo con pintura gris, se devuelve como un bumerán y la respuesta la estamos viviendo: múltiples murales se han replicado en grandes ciudades, realizados por la juventud solidaria que dan respuesta a la anacrónica pretensión.
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