La “Paz total” del presidente Petro se encuentra en un momento muy complicado.
En primer término, por tratar de dialogar simultáneamente con la vieja conocida guerrilla del ELN y, por primera vez, con las disidencias de las Farc, el Clan del Golfo y otras organizaciones criminales representativas. Los mayores nos enseñan: “El que mucho abarca, poco aprieta”, sobre todo porque la paz se trata de alcanzar en acuerdo con los enemigos de la sociedad, y estos son muchos.
Y, en segundo lugar, porque están unidos en una misma causa los que se lucran de la Guerra, los que no transigen con el dialogo sino con la fuerza y los que políticamente contradicen a Petro cualquiera sea su decisión.
Para completar, existe todo un espectáculo internacional que enfrenta, por un lado, al “exitoso” Nayib Bukele quien, a través de una gran campaña represiva y de violación sistemática de los derechos humanos, ha logrado encarcelar a miles de los miembros de la temible Mara Salvatrucha y ha disminuido a 0 los homicidios en El Salvador. Y, por el otro, la incontenible ola de violencia, masacres, sicariato, fleteos y extorsiones por parte de los grupos criminales, que sirve de marco para los diálogos de la “Paz Total” de Petro en Colombia.
Es necesario entonces reflexionar sobre dos conceptos que entran en juego aquí.
Partamos inicialmente de la actitud que asumimos cuando, por ejemplo, dentro de nuestro barrio un joven fuma marihuana, le arrebata el celular a una persona, hiere con un cuchillo a alguien, abusar sexualmente de una menor, golpea a una mujer, etc. Inmediatamente exigimos Justicia. “¡¡Que le caiga todo el peso de la ley…!!” gritamos indignados. Incluso se llega a tomar la justicia por manos propias causando heridas y hasta asesinando al delincuente.
Pero, en cambio, cuando ese mismo joven es nuestro hijo o un familiar muy cercano argumentamos todos los atenuantes posibles: Es hijo único, tuvo una mala crianza, su padre lo abandonó, se relacionó con malas amistades, lo obligaron a hacerlo, cayó en la droga, estaba bajo los efectos del alcohol, la mujer lo provocó, estaba celoso, etc. Es entonces cuando pedimos Misericordia.
Es decir, para los demás exigimos Justicia, para nosotros suplicamos Misericordia.
Justicia es “dar a cada quien lo que corresponde”, de acuerdo a la vieja definición de Ulpiano. En el caso penal aplicar el castigo a quien lo merece. Misericordia es aquella que nace cuando, a pesar de que la persona ha cometido una infracción o un delito y merece el respectivo castigo, se le perdona.
A propósito de la Semana Santa que acabamos de vivir hay un pasaje Bíblico que nos instruye acerca de estos dos conceptos.
Sucedió cuando los escribas y los fariseos, para probar a Jesús le traen a una mujer semidesnuda que acababa de ser sorprendida en un acto de adulterio para que él opinara sobre lo que le ley establecía en estos casos: Lapidarla, es decir quitarle la vida arrojándole piedras. Efectivamente ella había sido sorprendida en el acto contrario a la ley y merecía el castigo, pero Jesús en un acto de amor y perdón expresa la famosa frase: “Aquel que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Se dispersó la reunión porque ninguno era inocente y el hijo de Dios solo atinó a decirle a la mujer: “Ni yo te condeno. Vete y, desde ahora, no peques más” (Juan 8:3-11).
Por eso nos parece maravillosa la frase que leímos por estos días: “El gran mérito de un cristiano no es amar a Jesús, sino amar a judas…”
@vherreram
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