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De esto hablamos cuando hablamos de Nakba

Por: Pedro L. Vega R.*



¿Saben los fanáticos religiosos y políticos del mundo actual qué es la NAKBA? Conviene saberlo porque es sinónimo de infamia para el mundo civilizado. Igual que sabemos la historia de Moisés y las doce tribus de Israel, la esclavitud en Egipto y el éxodo hacia la tierra de Canaán, lamentablemente más conocida que nuestra propia historia, conviene saber también que NAKBA es un término árabe que significa catástrofe. Para el pueblo palestino alude al terrible episodio de su historia sucedido hace 76 años, cuando se creó el Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948, fecha que da inicio a la primera operación judía de limpieza étnica palestina a gran escala. Esta operación llevada a cabo por las fuerzas israelíes provocó la destrucción de 531 localidades, el exterminio de 13 mil almas palestinas y el desplazamiento forzado de más de 750 mil víctimas, -La población total palestina era de un millón trescientos mil habitantes-. Además, 150 mil palestinos que quedaron bajo territorio ocupado por Israel fueron sometidos a un régimen de control militar y de Apartheid. El pueblo palestino no olvida la NAKBA de 1948 y la recuerda cada año con actos solemnes; es un día de luto nacional, una triste conmemoración.



La NAKBA significó la destrucción de la sociedad y la patria palestina y le permitió al Estado sionista de Israel expandirse más allá de las fronteras que le había otorgado la Asamblea General de la ONU mediante la resolución 181 de 1947. Esta resolución para la partición del territorio palestino ya era ventajosa para Israel, porque la ONU le asignó el 54% del territorio, aunque sólo tenía el 33% de la población y ocupaba el 3% del territorio. Con la NAKBA Israel logró hacerse a tierras y pueblos enteros, y terminó controlando no ya el 54% sino el 78% del territorio palestino. No obstante, la NAKBA de 1948 no significó el principio de la expansión sionista -la operación en menor escala había empezado con la apropiación de varias ciudades palestinas como Tiberiades y Jaffa desde de la partición del territorio en 1947- ni sería el final de la expansión sionista, porque el plan judío ampliamente conocido es borrar de la tierra al pueblo palestino y construir el Gran Israel invadiendo todo su territorio. Todo ello presentado con un relato dominante construido con información retorcida para justificar la barbarie


El plan sionista se quiere justificar en términos ideológicos y religiosos con el argumento bíblico, dogmático y pre-moderno, que habla de la tierra prometida por el Dios de Israel al pueblo judío. Igual que Estados Unidos ha querido justificar su papel hegemónico mundial como destino manifiesto. En esa percepción fanática el mesianismo es semejante en ambos proyectos políticos. Sin embargo, la cuestión palestina no puede simplificarse en una supuesta disputa religiosa ni empezó hace tres mil años. La cuestión palestina es contemporánea y colonial y de responsabilidad exclusiva del régimen sionista, que no representa el judaísmo, por el contrario, lo deshonra. El sionismo es hoy la vanguardia de un sujeto blanco, europeo, colonial, supremacista y patriarcal.


La Nakba siempre fue el plan original de Israel


La persistente expansión sionista prueba que la limpieza étnica es el plan original. En 1967 con la Guerra de los Seis Días, Israel logró la mayor expansión de sus fronteras triplicando la extensión de su territorio, cuando ocupó la península del Sinaí en Egipto, la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, en palestina, y los Alto del Golán en Siria. Hoy es también el plan del gobierno de Netanyahu, que aspira a controlar el 100% del territorio para consolidar el proyecto del Gran Israel.



Desde el 7 de octubre el mundo está presenciando una segunda NAKBA, con el pretexto de perseguir a la organización palestina HAMAS. Su resultado es el genocidio en Gaza y Cisjordania llevado a cabo impunemente por el ejército israelí de inspiración judeo-nazi y pandillas de colonos israelíes violentos responsables de innumerables pogromos (atrocidades), con la complicidad de las potencias occidentales. De esa manera Israel está a punto de terminar su tarea de limpieza étnica. Un millón y medio de palestinos desplazados internamente desde el norte de Gaza hacia el sur se encuentran refugiados en la población de Rafah, en la frontera con Egipto, en precarias condiciones de sobrevivencia y bajo un régimen de Apartheid. El plan del ejército israelí es el exterminio total, incluidos niños y mujeres, o la expulsión forzosa hacia el desierto egipcio mediante bombardeos indiscriminados y masacres ejemplarizantes. Hoy como ayer la NAKBA se realiza con el apoyo incondicional de Estados Unidos.


El plan Dalet


El procedimiento de la NAKBA ayer y hoy tiene fundamento en el Plan DALET de 1948, un plan militar sionista que tiene como pretexto la seguridad del Estado de Israel frente a las amenazas de sus vecinos, pero cuyos alcances son más prácticos y relevantes: la invasión colonial de territorio palestino, la limpieza étnica y el posterior poblamiento masivo de colonos israelíes -turbas que se instalan mediante la violencia, atropellos, incendios, asesinatos y desolación de poblados palestinos-. Las leyes se encargan luego de formalizar legalmente la infamia. Ejemplo de ello es la “Ley del propietario ausente”, que despoja de su vivienda al palestino desplazado por la fuerza o asesinado. La ley quiere significar que los palestinos abandonaron sus casas por su propia voluntad y que los colonos llegaron a tierras despobladas. Al respecto la ex primera ministra Golda Meir acuñó con gran cinismo y espíritu sionista una frase famosa que se convirtió en slogan publicitario: “Israel: una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Israel se jacta hoy de emular el poblamiento de Estados Unidos, donde las culturas nativas corrieron la misma suerte de exterminio que hoy sufren los palestinos.


Ayer las víctimas del colonialismo bárbaro fueron los indios americanos, hoy es el pueblo palestino. La única diferencia es el atraso civilizatorio israelí de más de 500 años y el carácter exótico de la barbarie actual, que ocurre en pleno siglo XXI y se considera el genocidio más público de la historia, transmitido en vivo y en directo al mundo entero.



El balance es aterrador: 76 años de un proceso de genocidio, limpieza étnica y apartheid de la población palestina -hoy a punto de culminar en Rafah- y el registro de 5,9 millones de palestinos víctimas de desplazamiento forzado. Esta cifra triplica la población palestina actual, lo que significa el desplazamiento forzado de las mismas familias durante tres generaciones: abuelos, padres e hijos, cuyos nietos heredarán la resistencia a la agresión sionista israelí. La tradición se instituye con la campaña “derecho al retorno” desde los años cincuenta, aunque su conmemoración fue oficializada el 15 de mayo de 2013, el mismo día que se conmemora el NAKBA. Los palestinos exhiben ese día las llaves y las escrituras que aún conservan de las casas de donde fueron expulsados por el plan de limpieza étnica perpetrado por las fuerzas de Israel. Son un símbolo de la resistencia heroica y de la esperanza del pueblo palestino en exilio.


Condena mundial de la Nakba


La NAKBA no es nueva, pero la visualización y condena mundial sí lo es y se le debe a la reciente mundialización de la información y el internet de las últimas décadas, a YouTube y las redes sociales, que permitió conocer análisis periodísticos y académicos independientes, contrarios al amañado poder mediático de los grandes medios de comunicación que venían justificando y ocultando la NAKBA con información retorcida.


Las autoridades genocidas de Israel ya no pueden esconderse agazapados y cobardes en la polarización ideológica de la Guerra Fría, porque la Guerra Fría terminó con la desintegración de la Unión Soviética; ni pueden arroparse en la falsa lucha contra el terrorismo esgrimida por Estados Unidos desde el 11 de Septiembre de 2001, porque las falsas excusas para destruir Irak y Afganistán demostraron que Estados Unidos es el Estado más terrorista, criminal y violador de derechos humanos del mundo, seguido sólo por Israel; ni pueden validar la impunidad por crímenes de genocidio, apartheid y limpieza étnica contra la población palestina en los intereses geopolíticos y doble moral de la potencia del norte, su padre putativo e ideológico, porque la superpotencia ya no ejerce la hegemonía mundial, el mundo es ahora multipolar, y el derecho internacional ya no es el trapo sucio con el que Estados Unidos e Israel pueden limpiarse los zapatos.


El mundo cambió y la sociedad actual tiene un mayor grado de reflexividad social que será fundamental y bastará para imponer la justicia internacional. Y así se ha hecho: La Corte Internacional de Justicia investiga hoy a Israel por genocidio y le envía un ultimátum para que frene sus ataques en Rafah; la Corte Penal de Justicia ordena el arresto de Netanyahu por crímenes de guerra; Naciones Unidas ordena el Cese el fuego en Gaza; la relatoría de Naciones Unidas para los territorios palestinos expone un escalofriante informe titulado “Anatomía de un genocidio”, los pueblos del mundo entero salen a las calles en solidaridad con Palestina y lloran por los niños, y la juventud universitaria se instala en acampadas reclamando a sus gobiernos que detengan el genocidio en Gaza.


Netanyahu, quien desconoce con arrogancia la justicia internacional, es ahora un pobre prófugo de la justicia y tendrá que ser cazado para que pague por sus crímenes contra la humanidad. La justicia internacional ha hecho explícito el concepto de terrorismo, y condena como terroristas no sólo los actos de HAMAS contra civiles, sino también los actos de Israel contra la población palestina, que expresa una condena del terrorismo de Estado. Aunque es evidente la desproporción que implica una despiadada ley del talión que cobra mil ojos por cada ojo y mil dientes de sangre por cada diente de sangre: en seis meses Israel asesinó a 98 civiles palestinos-70% mujeres y niños- por cada dos combatientes de HAMAS dados de baja. El argumento del ministro de defensa israelí es cínico: “no buscamos precisión militar, sino hacer el mayor daño posible”. No debe olvidarse en este conflicto cuál es la nación ocupante (Israel) y cuál es la nación ocupada (Palestina). Ni perder de vista a Estados Unidos como Estado cómplice del genocidio.



En esas condiciones, la entelequia de una nacionalidad judía y de un Estado sionista llega a su fin. Nadie puede estar por encima de las leyes internacionales que rigen el orden mundial basado en reglas, ni siquiera el mismo dios judío con toda su arrogancia y violencia de dios vengador puede saltarse la justicia internacional. El mundo que se configura hoy a instancias de las potencias emergentes y el sur global, cuya principal característica es hacer resistencia al gran poder hegemónico y anglo sionista que gobierna el mundo, es el mundo del hombre incorruptible y valiente que personifica el Sísifo moderno de Albert Camus, ese que enfrenta el poder supremo de los dioses sin temor. La comunidad universitaria, que parece haber tomado conciencia de esa necesaria transformación y cambio histórico, es hoy la esperanza y la vanguardia mundial.


El mundo despierta y reconoce el poder del lobby sionista


La toma de conciencia mundial sobre la infamia de la NAKBA perpetrada durante 76 años por Israel contra la población palestina es un despertar sobre la realidad oculta del conflicto palestino-israelí, y en especial sobre el enorme poder que ejerce el lobby sionista de la comunidad judía en Estados Unidos y en las principales potencias occidentales, como Reino Unido y la Unión Europea, con espíritu depredador, guerrerista y criminal.


Este poder fue el creador de Israel, por gestión del líder de la comunidad judía Barón Lionel Walter Rothschild, de la familia Rothschild dueña de la banca europea, como consta en la Declaración de Balfour de 1917 transmitida a la Federación sionista de Gran Bretaña e Irlanda. El proyecto se presentó con guante de seda y cierta inocencia hablando de establecer “un hogar nacional” para el pueblo judío en la región de Palestina. No hablaba de un Estado o algo parecido, menos aun de violencia. El ministro Belfour daba por entendido en su carta al barón Rothschild que “no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en palestina”. La NAKBA demostraría pocos años después todo lo contrario, cuando el judaísmo sionista impuso el puño de hierro y desató una campaña genocida, de limpieza étnica y apartheid para establecer el Estado de Israel.


El lobby sionista, ahora lo sabemos, es el alma perversa del sistema financiero mundial: Wall Street, la banca mundial en manos de la dinastía judeo-alemana Rothschild y el poderoso fondo buitre de inversión Black Rock. Tiene además la mayor influencia accionista en las casas armamentistas y en el complejo industrial militar que controla la política exterior estadounidense. Es una amenaza mundial que impone guerras y provoca acciones intervencionistas para cambio de régimen en diferentes países del mundo. Según John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt, profesores de las universidades de Chicago y Harvard, autores del libro “El Lobby Israelí” (2007), el sionismo es el actor oculto que estuvo detrás de las intervenciones militares en Irak y en Irán, adversarios de Israel en Medio Oriente, por temor a su potencial nuclear. Es también hoy el principal promotor de la guerra en Ucrania e Israel. Es posible que también haya intervenido en el asesinato del presidente Kennedy, quien se oponía a las transferencias a Israel de miles de millones de dólares anuales desde 1948 como apoyo económico y militar hoy vigente.



La geopolítica no puede entenderse sin el lobby sionista


La geopolítica no puede entenderse hoy sin advertir la presencia de la comunidad judía sionista, porque hace parte activa del gran poder que gobierna el mundo, el poder de la élites políticas y económicas que conforman las plutocracias en las sociedades occidentales y que son contrarias a la democracia mundial, al derecho internacional y a las luchas por la garantía de derechos de las gentes en el mundo.


El lobby sionista ha ejercido de facto el poder político en Estados Unidos, imponiendo los presidentes de su conveniencia, demócratas y republicanos, financiando congresistas y controlando los gobiernos con representantes en los principales cargos, como el secretario del tesoro, el secretario de seguridad, el secretario de justicia y sin falta el secretario de Estado- Hoy Antony Blinken en el gobierno de Joe Biden, ayer Madeleine Albright en el gobierno de Clinton, John Kerry en el gobierno de Barack Obama, Alexander Haig en el gobierno de Ronald Reagan y el famoso Henry Kissinger en los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford-. Todos judíos sionistas.


La toma de conciencia de la humanidad sobre el genocidio en Gaza hace también evidente el poder depredador, criminal, agazapado y corrupto del sionismo judío. Le corresponde a los pueblos y sectores progresistas del mundo hacerle frente con una apuesta decidida por la paz, por los derechos, para reivindicar la agenda climática que la guerra relegó al cuarto de San Alejo, para reducir la dependencia energética de combustibles fósiles, controlar la inflación mundial, y evitar la amenaza del creciente control social que justifica los recortes fiscales destinados a incrementar el gasto militar.



Basta ya del huego mediático. Es necesario desmitificar el papel de los líderes sionistas, que han pretendido posar de héroes de causa noble, aunque solo han sido criminales de guerra y genocidas, sin excepción: desde David Ben-Gurión, arquitecto y principal promotor de la limpieza étnica, hasta el psicópata Netanyahu que gobierna hoy, pasando por Ariel Sharon, Golda Meir, incluidos Menájem Begin e Isaac Rabín, quienes lideraron procesos de paz parciales o engañosos, impresentables para el pueblo palestino. Estos personajes se han caracterizado por mentir compulsivamente para cubrir sus crímenes. En especial aprovechando el enorme poder mediático bajo su control. No podía ser de otra manera, Israel se inventó bajo esa premisa: su existencia implicaba el desalojo por la fuerza de los palestinos que ocupaban el territorio, como lo sentenció Ben Gurión. La mentira y el uso de la fuerza, el poder mediático y el dinero, caracterizan el proyecto sionista. Son líderes que nunca se atrevieron a actuar sin el respaldo pleno de una superpotencia, primero del Reino Unido y después de Estados Unidos. Y no hay heroicidad cuando se lucha poniéndose del lado del poderoso. El mundo debe negarles toda justificación moral a su plan supremacista y genocida. La NAKBA es una infamia.


* El autor es Magister en Economía Universidad javeriana. Autor de las obras Teoría General dela Violencia Política” (2017), y “Batalla por la Síntesis Histórica” (2020)

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