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Universidades gradúan profesionales que el mercado laboral no necesita


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Por: Carlos Alberto Cano


El informe “Educación superior y mercado laboral en Colombia”, de la Universidad EAFIT, advierte que el 63% de los empleadores tiene dificultades para llenar vacantes, sobre todo en áreas de tecnología, ingeniería y ventas.


Según el estudio, solo el 16,5% de los nuevos estudiantes eligió programas STEM en 2023, cifra muy baja frente a la alta demanda de ingenieros y profesionales en TIC. En paralelo, el desempleo juvenil alcanza el 17,1% y uno de cada cuatro jóvenes está en condición de NEET (ni estudia ni trabaja).



La brecha de género agrava el panorama: apenas cuatro de cada diez estudiantes en STEM son mujeres y en el sector TIC solo tres de cada diez empleados lo son.

Una desconexión histórica


El informe señala una “desconexión profunda” entre lo que enseñan las universidades y lo que exige el mercado laboral. Los currículos, en muchos casos, se revisan con lentitud y permanecen anclados en teorías obsoletas, mientras las empresas reclaman competencias prácticas en programación, análisis de datos e inteligencia artificial.


El problema no es nuevo. La educación superior en Colombia arrastra herencias de un modelo elitista que formaba más para el prestigio social que para la producción industrial. En los años 90, con la apertura económica, se multiplicaron programas en derecho y administración, pero la ingeniería perdió protagonismo.


Este déficit de talento genera un alto costo para el país. Cada año se dejan de materializar proyectos y startups por falta de profesionales capacitados. A esto se suma la informalidad: el 60% de los empleos en Colombia son precarios y muchos egresados terminan subempleados.


En comparación internacional, el contraste es evidente: mientras en Alemania el 35% de la matrícula está en STEM y los currículos se actualizan en un año, en Colombia apenas el 16,5% sigue estas carreras y la revisión curricular tarda hasta cinco años.



El informe de EAFIT propone alianzas entre universidades, empresas y el Estado, así como la implementación de microcredenciales y modelos duales que combinen formación académica con práctica laboral. Sin embargo, la inversión insuficiente y la resistencia institucional retrasan los cambios.


La crítica es clara: si las instituciones no se adaptan, seguirán formando para un mercado que ya no existe. La desconexión entre saber y hacer no solo frena la productividad, sino que alimenta la desigualdad y la fuga de talento.

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