Tanatopolítica de la Necrocracia
- Acta Diurna

- hace 1 día
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Por: David Toloza

El 29 de septiembre de 2025, en la Casa Blanca, Donald Trump y Benjamín Netanyahu anunciaron el llamado Plan de Paz para Gaza. El documento, compuesto por veinte puntos, prometía la desmilitarización de Hamás, la liberación de rehenes, la creación de una autoridad palestina supervisada internacionalmente y un programa de reconstrucción financiado por organismos multilaterales. La retórica oficial hablaba de “paz fuerte, duradera y permanente”, como si se tratara de un pacto sagrado capaz de inaugurar un nuevo amanecer.
Durante octubre, se sucedieron gestos diplomáticos y negociaciones discretas. Israel comenzó a devolver cadáveres de palestinos en lotes, mientras Hamás entregaba cuerpos de rehenes fallecidos. El 31 de octubre, Israel devolvió treinta cadáveres, muchos con signos de tortura, en un intercambio que revelaba la crudeza de la guerra. El 7 de noviembre, Hamás entregó el cuerpo de un rehén bajo mediación de la Cruz Roja. El 10 de noviembre, Israel devolvió quince cadáveres de palestinos a cambio del cuerpo del soldado Hadar Goldin, retenido desde 2014. El Ministerio de Sanidad de Gaza informó que hasta esa fecha habían recibido 315 cuerpos, de los cuales apenas 91 habían sido identificados. El 13 de noviembre, Hamás entregó otro cuerpo, mientras los ataques israelíes continuaban. Cada intercambio se convirtió en un acto burocrático que reducía la vida palestina a mercancía, una cifra estadística, un trámite sin alma.
El 17 de noviembre, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 2803, legitimando el plan de Trump. Trece votos a favor y las abstenciones de Rusia y China dieron respaldo a un documento que contemplaba la creación de un gobierno transitorio en Gaza, el despliegue de una Fuerza Internacional de Estabilización de 20.000 soldados y la promesa de un futuro Estado palestino. La ONU estimó que los daños en Gaza alcanzaban los 70.000 millones de dólares, con 60 millones de toneladas de escombros mezclados con bombas sin explotar y cadáveres.
El 18 de noviembre, Netanyahu celebró públicamente la aprobación del plan. Afirmó que conduciría a la paz y la prosperidad porque insistía en la desmilitarización total, el desarme y la desradicalización de Gaza. Sus palabras parecían un canto a la reconciliación, pero escondían la verdadera intención: intensificar la ofensiva y consolidar la ocupación. Ese mismo día, Hamás y las principales facciones palestinas rechazaron el acuerdo, denunciándolo como una imposición de tutela extranjera que despojaba al pueblo palestino de su derecho a resistir y a decidir su destino. La Autoridad Nacional Palestina, en contraste, celebró la resolución y pidió su implementación inmediata, aunque con reservas sobre su alcance real.
El 19 de noviembre, apenas un día después de los discursos solemnes, Israel lanzó una nueva oleada de bombardeos en Gaza. Los ataques dejaron al menos 28 muertos, incluidos mujeres y niños, y más de 90 heridos, según RTVE. La BBC confirmó que otra ofensiva ese mismo día mató a 25 personas y dejó más de 70 heridos. DW y El Tiempo informaron de ataques similares, con cifras de entre 14 y 20 muertos en distintas zonas del enclave. La tregua proclamada se convirtió en un espejismo; mientras se hablaba de paz en los salones diplomáticos, la realidad en Gaza era la devastación, el humo, los cuerpos mutilados y los hospitales colapsados.
Las lluvias recientes agravaron la tragedia. Los campos de desplazados se inundaron, las aguas residuales se mezclaron con el agua estancada y brotaron enfermedades que se propagaron entre niños y ancianos sin acceso a atención médica. La promesa de reconstrucción se convirtió en una ilusión diplomática, mientras la población se hundía en la miseria. Los ataques no cesaron. Pese al desarme de Hamás, Israel mantuvo operaciones militares que dejaron centenares de muertos. La ocupación de gran parte del territorio continúa, y los testimonios de quienes sobreviven hablan de un día a día marcado por explosiones, tiroteos y hambre. La comunidad internacional observa en silencio, atrapada en su propia retórica, mientras las cámaras transmiten en directo un genocidio que se desarrolla ante los ojos del mundo.
Netanyahu, en sus pronunciamientos, reforzó la idea de que la única vía era la erradicación de Hamás, pero sus palabras se tradujeron en ataques indiscriminados contra civiles. Israel se victimiza en el discurso, se ampara en su autopercepción como pueblo elegido y despliega una maquinaria militar y tecnológica que convierte la paz en un fantasma. El Talmud, en su interpretación más radical, refuerza la idea de superioridad frente a los “goyim”, término con el que se designa a quienes no pertenecen a su comunidad. Esa visión se traduce en una política de desprecio hacia la vida palestina, convertida en cadáver televisado, en niño mutilado que apenas ocupa un titular fugaz.
La conclusión es ineludible: Gaza no es solo un territorio devastado, es el campo de pruebas de una estrategia más amplia. Lo que allí se ensaya —la ocupación, el exterminio lento, la manipulación mediática, la indiferencia internacional— puede replicarse en otros lugares si no se detiene. Israel no va a parar. Gaza es el espejo oscuro de lo que puede suceder con el mundo entero si la expansión se convierte en doctrina. La paz proclamada es un fantasma, y la violencia, una realidad que se despliega sin interrupción.
Israel ha decidido que el miedo es su bandera, que el poder de las armas y la crueldad son su lenguaje universal. Prefieren ser temidos que amados, olvidando los mandamientos de Moisés, las enseñanzas de sus profetas y la esencia misma de la Toráh, que habla de amor, respeto al prójimo y reverencia por la vida. La deshumanización se ha convertido en arte para ellos, un arte macabro que transforma la existencia palestina en cifra, en cadáver, en polvo. Se les olvidó el genocidio que sufrieron bajo los nazis, cuando fueron puestos en el ojo de la erradicación étnica y sistemática de su pueblo. Se les olvidó Auschwitz, Treblinka, Dachau. Se les olvidó el hambre, el frío, el exterminio industrial. Y ahora, con las armas que empuñan, replican las mismas prácticas que Hitler y sus seguidores ejecutaron contra ellos: la aniquilación del otro, la reducción de la vida a un número, la justificación del exterminio bajo la máscara de la seguridad.
El mundo debe comprender que Gaza no es un episodio aislado, sino el ensayo de una doctrina de expansión global. Israel prueba en Gaza lo que pretende imponer al planeta, que es un orden basado en el terror, en la supremacía autoproclamada, en la idea de que son el pueblo elegido y que los demás son prescindibles. La historia se repite, pero invertida; quienes fueron víctimas del genocidio ahora lo practican con frialdad calculada.
Si no se detiene esta maquinaria, el futuro será un mundo gobernado por el miedo, por el acero de las armas y por la crueldad sistemática. Israel ha olvidado la memoria de su propio sufrimiento y ha decidido convertirse en aquello que juró nunca permitir. Gaza es el espejo oscuro de lo que puede suceder con todos nosotros.
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Fuentes: ONU Noticias (17/11/2025), DW (18/11/2025), Página/12 (18/11/2025), El Tiempo (noviembre 2025), DW (noviembre 2025), BBC Mundo (noviembre 2025), RTVE (19/11/2025).







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