Somos la única especie que se ahoga en sus propios excesos
- Acta Diurna
- 10 jun
- 2 Min. de lectura
Por: Mario Andrés Arturo Gómez

Enseñan que el exceso de libros y de amor es el único que no es perjudicial. -Aunque discrepo sobre del segundo, es mejor no contradecir a los románticos-. Cuando en La Divina Comedia, Dante va descendiendo por el infierno con el poeta romano Virgilio; llega al tercer círculo: un pozo de fango y de una eterna lluvia fétida a la que son condenados aquellos que en vida se dedicaron a los excesos.
Entre el barro putrefacto, Dante alcanzó a divisar a Ciacco, un florentino conocido por su glotonería, y le pregunta ¿por qué estás aquí? Él le responde que por practicar la gula. El condenado advierte, además, que no es solo el exceso de bebida y comida, sino más que todo por la envidia y ambición desmedidas. Por estos días uno se cuestiona: ¿cuántos seremos sentenciados a acompañar a Ciacco en el tercer círculo del infierno?
Todos soñamos con tener cosas, pero no las añoramos en una justa proporción. Si se trata de la política, no pretendemos solo el poder, sino el poder absoluto. Si se trata de dinero; no nos conformamos con el necesario, sino que buscamos las cantidades estrepitosas. Si hablamos de belleza; ya no es suficiente con ser lo más bello del pueblo, sino del planeta.
Parece que somos ajenos a entender que todo exceso desemboca en castigo. En sus cartas, el pensador Séneca le dice a Lucilio que cualquier animal es más aventajado que el hombre, pues ellos sí conocen el sentido de la saciedad. “Nunca verás a una bestia beber más agua de la que necesita” escribía. A veces, hacemos tanto mérito con los excesos, que en un segundo descenso de Dante y Virgilio por el infierno, el condenado interlocutor ya no será Ciacco el florentino, sino que perfectamente podríamos ser usted o yo.
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