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Somos la Ășnica especie que se ahoga en sus propios excesos

Por: Mario Andrés Arturo Gómez


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Enseñan que el exceso de libros y de amor es el Ășnico que no es perjudicial. -Aunque discrepo sobre del segundo, es mejor no contradecir a los romĂĄnticos-. Cuando en La Divina Comedia, Dante va descendiendo por el infierno con el poeta romano Virgilio; llega al tercer cĂ­rculo: un pozo de fango y de una eterna lluvia fĂ©tida a la que son condenados aquellos que en vida se dedicaron a los excesos.


Entre el barro putrefacto, Dante alcanzĂł a divisar a Ciacco, un florentino conocido por su glotonerĂ­a, y le pregunta Âżpor quĂ© estĂĄs aquĂ­? Él le responde que por practicar la gula. El condenado advierte, ademĂĄs, que no es solo el exceso de bebida y comida, sino mĂĄs que todo por la envidia y ambiciĂłn desmedidas. Por estos dĂ­as uno se cuestiona: ÂżcuĂĄntos seremos sentenciados a acompañar a Ciacco en el tercer cĂ­rculo del infierno?



Todos soñamos con tener cosas, pero no las añoramos en una justa proporción. Si se trata de la política, no pretendemos solo el poder, sino el poder absoluto. Si se trata de dinero; no nos conformamos con el necesario, sino que buscamos las cantidades estrepitosas. Si hablamos de belleza; ya no es suficiente con ser lo mås bello del pueblo, sino del planeta.


Parece que somos ajenos a entender que todo exceso desemboca en castigo. En sus cartas, el pensador SĂ©neca le dice a Lucilio que cualquier animal es mĂĄs aventajado que el hombre, pues ellos sĂ­ conocen el sentido de la saciedad. “Nunca verĂĄs a una bestia beber mĂĄs agua de la que necesita” escribĂ­a. A veces, hacemos tanto mĂ©rito con los excesos, que en un segundo descenso de Dante y Virgilio por el infierno, el condenado interlocutor ya no serĂĄ Ciacco el florentino, sino que perfectamente podrĂ­amos ser usted o yo.

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