crossorigin="anonymous">
top of page

Procesando el intento de asesinato a Migue Uribe

Por: Luciana Cadahia


ree

Recibí todo tipo de ataques al querer procesar el intento de asesinato a Miguel Uribe Turbay con reflexiones políticas. Estos oscilaban entre amenazas de muerte, comentarios sobre mi salud mental o la censura proveniente de muchas voces afines a cierta izquierda entrampada en la lógica sacrificial y la vergüenza nacional. La gravedad del hecho, al ser elevada a una acción sagrada, comparable a un desastre natural o la ira de dios, merecía, según muchas personas, un acto de constricción, silencio y recogimiento.


Mientras esta censura (y autocensura) tenía lugar, miles de trolls, intelectuales orgánicos de la extrema derecha, opositores políticos al gobierno del cambio y conglomerados mediáticos salían como hordas de fanáticos a culpar a Petro, al Pacto Histórico y a las fuerzas populares por haber "dizque" sembrado el odio y la polarización en el país. Entonces, yo me preguntaba, mientras recibía estos ataques: ¿cómo es la vaina? ¿nosotros debemos retirarnos de la escena para volver a convertirnos en un objeto sacrificial? ¿somos nosotros, el campo popular, los culpables, una vez más, de incendiar las buenas costumbres democráticas de un país? ¿Debemos dejar que, a toda velocidad, se construya la narrativa oligárquica interesada en fingir que el problema siempre es el pueblo? No. Me rehuso con todas mis fuerzas a este chantaje emocional sostenido, incluso, por fuego amigo.



Las balas siempre se combaten con la palabra. No con el silencio sepulcral. La violencia se combate con el discurso. Las diferencias se acompañan de reflexión. ¿Acaso ese llamado al silencio reverencial no forma parte de la misma maquinaria de muerte en Colombia? ¿No ocupa el silencio un rol religioso para que lo sucedido no pueda entrar al orden de lo simbólico y asuma la forma de un relato histórico, político y social? ¿Qué oscuro pacto de muerte hay en esa compulsión colombiana que hace del asesinato un arcano innombrable? Me rehuso también a ser cómplice de este juego nacional-católico que reitera, una vez más, este pacto de muerte en Colombia.


Lo del sábado fue, ante todo, una acción política. La muerte, también es una acción política. Y solo la palabra nos ayuda a conjurarla. A traerla a la escena de los vivos. A sacarla del lenguaje de los dioses y darle una dimensión humana.


Lo que sucedió el sábado en Colombia no puede ser pensado de manera aislada. No se trata de una maldición o embrujo nacional. Lo de ayer en Colombia es algo que se viene calentando en toda la región de manera deliberada. Mientras veía las imágenes se me venía a la mente los recientes intentos de asesinato en Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil. ¿Por qué volvió a nuestro continente esta práctica política? ¿Por qué vuelve justo cuando existe una red de extrema derecha, sostenida por el sionismo y vinculada al crimen organizado y el narcotráfico? ¿Por qué justo cuando se desata la guerra en Europa y el genocidio en Gaza? ¿Por qué cuando el imperio decadente de Estados Unidos muestra sus propias contradicciones e impotencia?


El silencio, el deseo de contraponer la oración y el goce en el dolor a la palabra y la reflexión, como únicos actos dados fuera del tiempo humano y de la historia, nos aíslan e impiden ver los hilos que unen toda esta violencia regional.


Este crimen expresa un patrón continental: un modo deliberadamente torpe, como si se tratara de un acción aislada, de personas sin experiencia, usando a las capas más empobrecidas del país como sicarios amateurs, está siendo la norma. Lo fue en Argentina y Ecuador. Lo es ahora en Colombia. Este patrón es el que hace falta desentrañar.



Acá hay autores intelectuales y materiales, tanto locales como internacionales, cuyos nombres y apellidos tienen que salir a la luz. No me vengan con la teoría de los dos demonios, de las dos violencias. No me vengan con la teoría de que ser audaces y construir justicia social y ambiental es sinónimo de polarización. No me vengan con estos chantajes del mundo libre en un momento histórico donde se juega la vida, la democracia y el futuro del continente.


Usemos la palabra para activar la reflexión, activemos la reflexión para encender nuestros corazones, encendamos nuestros corazones para salir del embrujo oligárquico, salgamos de este embrujo para ponerle nombre y apellido a la violencia, encontremos a los autores materiales para orientar las fuerzas sociales en otra dirección, usemos esas fuerzas para construir un nuevo pacto humano en el continente. Construyamos este pacto para que las palabras paz, vida y prosperidad se vuelvan sinónimos en nuestros corazones."

Comentarios


bottom of page