Por: Alejandro García
Como egresado de la facultad de ingeniería de una famosa universidad del barrio Palermo en Chapinero y con casi una década de experiencia en el sector de la construcción, es casi un orgullo pasar por el frente de las obras en las que participé.
Algunos, hermosos aglomerados residenciales donde cientos de familias conviven u otras que al horizonte apenas se distinguen como vías que mejoraron la calidad de vida en municipios de la Sabana atrayendo comercio y nuevos planes de expansión.
A pesar de eso, otros recuerdos que dan más bien pena me llevan hoy a asociar contemplar mi profesión como detonante para decidir mi voto en la segunda vuelta electoral.
Desde que fui un practicante en una reconocida constructora, mis jefes en su calidad de directores de obras y gerentes de construcción y administrativos me dejaron claro que el tiempo era el mayor activo y que por esto mismo una obra no se podía detener sin importar lo que pasara.
Fue así como ya entrando en materia, fui el Patiño encargado de dar sobornos a laboratoristas de suelos, de un reconocido laboratorio de materiales que para el 2012 y como hasta 2018 supe se ubicaba muy cerca a Titán Plaza para que el mejoramiento de terreno donde se cimentaban edificios o vías, tuvieran al menos en el papel, el 95% de compactación que exigía el estudio de suelos, aun cuando en la realidad no fuese así.
A la par de esto aprendí que la persuasión era protagonista a la hora de recibir visitas de supervisores estructurales, ajenos a la interventoría y que en apariencia daban mayor garantía a la estabilidad técnica de las obras, para que de esta forma con algo de carreta omitieran detalles constructivos de sus respectivos informes, cosas simples como aceros de refuerzo deformados, concretos “desagregados” donde el cemento ya no actuaba como unificador con las piedras y por ende se desmoronaba o muros en mampostería “levemente” desplomados pero con “muy pocas probabilidades” de caerle encima a un propietario.
Luego de esto y tras cansarme de tener que lidiar con gente me sumergí en el mundo de las licitaciones, algo más tranqui pensaba yo. Jornadas de trabajo ridículamente extensas para profesionales de varias especialidades y todo para dejar documentos listos para rifas de contratos que siempre se han hecho por debajo de cuerda.
Porque sí, aunque exista un portal de internet de Colombia Compra Eficiente y el SECOP 1 y el SECOP 2, y pliegos tipo y etcétera etcétera, los chanchullos se siguen haciendo hasta el día de hoy solo que, con otras mañas, con adendas de última hora que modifican las experiencias requeridas o las capacidades de endeudamiento o cualquier cosa que beneficie a ese Pepito que siempre es el más cercano a los gobiernos locales; así en el sector público, y en el sector privado ni se diga, el amigo del gerente las gana todas o si alguien tiene dudas simplemente regístrese en los portales de Proveedores de sus constructoras favoritas y espere a ver si los llaman.
La participación de otros actores en los entramados de mentiras en los que me vi envuelto, como gerentes y contratistas, solo me hicieron notar que esto que cuento es común denominador en la ingeniería, no era una práctica que naciera conmigo y por mí.
Para no darle tantas largas, es así como llegamos o llego mas bien yo a ver hoy por hoy al outsider, al antisistema, al humilde Rodolfo Hernández a quien solo falta que lo llamen proletario, como gran revelación política y de quien, por ser empresario, ya se hablan maravillas en redes, especialmente en las redes de los simpatizantes del difunto Centro Democrático.
Al ver sus indicadores no puedo dejar de ver el éxito en su oferta inmobiliaria tan llamativa en un departamento tan hermoso como Santander, donde la calidad de vida tiene a los seguidores de Hernández viviendo su celebración en una burbuja, pero no puedo olvidarme tampoco de las trampas a las que estuve expuesto y de las cuales yo mismo era autor material con tal de seguir moviendo el reloj a favor de mis jefes.
No me olvido de las extensas jornadas de trabajo y la rotación de personal siempre natural en la construcción aun cuando sacan pecho de su gran empleabilidad que no es más que una gran temporalidad. No veo tampoco cómo el haber madrugado por años a dar órdenes pueda ser motivo suficiente para organizar un país, y es que aquí el problema no es el empresario, es el modelo de negocio de las empresas.
Abelardo de la Espriella, el expropiador de humor gringo de Piter Albeiro o el mismísimo Mario Hernández tienen imperios empresariales bastante exitosos, dignos de admirar, pero enmarcados dentro de productos en los cuales las condiciones laborales son garantía de sus trabajadores y de su bienestar.
La construcción en Colombia no tiene nada de simpático más allá de ser vagón principal a mostrar ante cualquier crisis porque permiten el movimiento de dinero sucio a plena luz del día sin ningún tipo de remordimiento. El puente de Chirajara, el edificio Space, el Transmilenio por la Calle 26, La Ruta del Sol de Odebrecht, la hidroeléctrica del Guavio, Hidroituango, el Túnel de la Línea, los escenarios deportivos para los juegos Nacionales en Ibagué o la Zona Franca de Occidente, todos esos también era proyectos de construcción, obras de la ingeniería que resultaron untados con movimientos turbios de quienes posaban con su casco blanco, con lo cual, ¿de cuándo acá la memoria se nos queda tan corta a los colombianos como para creer que los Ingenieros Civiles somos santos?
Omitiendo el hecho de que un ingeniero civil que ha ensuciado su carrera por mantener su paga quincenal es quien escribe esto, usted señor lector, si tan solo conociera lo que ve en noticias sobre corrupción en la construcción ¿En serio cree que un constructor es quien puede llevar la bandera de salvador para Colombia? ¿O dirá tal vez que es que Rodolfo Hernández es la única oveja blanca de la ingeniería en Colombia y él es diferente y lo de sacarle la vaca de la leche a los pobres con sus hipotecas, algo completamente normal, pero de lo cual ningún banco sacaría pecho, fue un lapsus?
Colombia es una gran obra que no quisiera ver como una majestuosa catástrofe que pueda dejar alguien cuya mayor virtud fue anteponer su profesión a su nombre, a su propia identidad, como lo hace el ingeniero Rodolfo Hernández para quien es casi grosero el desasociarlo del pedazo de papel que consiguió en la universidad porque tristemente ahí acaba toda su hoja de vida básicamente, y cuyo gran don por años fue el de madrugar para atender sus jornadas de trabajo.
El argot de Rodolfo, el seguidor de Hitler, no surgió durante la campaña, es una formación que duró años y que seguramente fueron sus años de trato con asalariados, con obreros, ayudantes y oficiales de construcción, así que cada quien concluirá si era porque de seguro jugueteaba mucho con ellos y había demasiada confianza o si realmente era la for
ma en la que el patrón hacía que se moviera su empresa y es la forma en la que a los votantes les espera el recibir órdenes por cuatro años. Como votante, toda persona debería buscar un buen empleado, alguien que sepa hacer caso y a quien se le pueda refutar alguna decisión que afecte el ser colombiano, no buscar un patrón proveniente de un gremio en el que el argumento más sólido lo tiene quien hable más fuerte y ya eso le puede dar una idea a los ajenos a la construcción, de en qué consiste ser empresario en tan honorable gremio.
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