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La izquierda llegó para quedarse, incluso con sus errores

Por: Stella Ramirez G.



Hubo un tiempo en que la izquierda en Colombia era tratada como una amenaza que debía ser erradicada, no debatida. El solo hecho de reclamar justicia social, cuestionar al latifundio o exigir una paz negociada bastaba para ser estigmatizado. Pero tras décadas de exclusión, represión y resistencia, la izquierda ha entrado en escena no como invitada, sino como fuerza constitutiva del nuevo orden político.



Y ha cometido errores. Ha improvisado, ha errado en nombramientos, ha gestionado mal ciertas crisis y ha subestimado el poder de sus adversarios. Pero su legitimidad no está en su infalibilidad, sino en su arraigo. Porque llegó no por decreto ni por moda, sino por la acumulación de agravios históricos que ya no podían seguir silenciados.


En ese sentido, la izquierda ya no es un experimento: es una realidad. Una con aciertos y torpezas, con figuras lúcidas y otras no tanto. Pero indispensable para entender el presente y discutir el futuro. Su permanencia no dependerá de evitar errores —todos los gobiernos los cometen—, sino de no perder la conexión con las mayorías que la llevaron al poder.

La derecha tradicional, por su parte, también ha cometido errores y no pocos. Gobernó durante décadas bajo el disfraz del orden, pero entregó al país una herencia de desigualdad, clientelismo y conflicto armado sin resolver. Se le toleraron escándalos, alianzas con el paramilitarismo y políticas regresivas sin que eso pusiera en duda su legitimidad. ¿Por qué entonces exigirle a la izquierda pureza absoluta desde el primer día?


La diferencia es que a la izquierda se le mide con una vara distinta. Se le espera no solo eficacia, sino ejemplaridad. Como si tuviera que redimirse por el solo hecho de existir. Por eso, cada tropiezo —real o inventado— es amplificado por los medios que nunca digirieron su llegada. Pero a pesar de todo, sigue en pie. No por capricho, sino porque expresa un malestar profundo y legítimo que ningún otro proyecto político ha querido o sabido encarnar.



La tarea, entonces, no es defender a la izquierda como si fuera perfecta, sino defender su derecho a equivocarse, a aprender y a evolucionar como cualquier otra fuerza democrática. La democracia no es un concurso de impecabilidad; es el escenario donde se contrastan ideas, proyectos, errores y enmiendas.


Mientras exista pobreza, exclusión y hambre, la izquierda no será una moda: será una necesidad. Y esa necesidad no desaparece con editoriales indignados ni con encuestas manipuladas. Está en las calles, en los barrios, en los campos. Está en la gente. Y la gente ya no se deja borrar.

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