Es muy alentador y tremendamente significativo que a pocas horas de terminada la feroz contienda electoral el expresidente Álvaro Uribe y el mandatario electo de los colombiano Gustavo Petro hayan convenido en sentarse a dialogar. Con ello, por lo menos se respira un ambiente de cambio, de esperanza, de unión y de trabajo por un nuevo país.
Y es que muchos colombianos aún no han dimensionado lo ocurrido en las recientes elecciones presidenciales en Colombia. El doble hecho histórico, de una gran trascendencia democrática, mediante el cual, por un lado, un joven que a sus 18 años se hizo guerrillero con el pensamiento de tomarse el poder por las armas y que, luego de someterse a un proceso de paz, es elegido por el voto popular primero al congreso, después a la alcaldía de la capital y ahora presidente de Colombia, bajo la misma consigna de transformar al país por la que pagaron con su vida: Gaitán, Pizarro, Pardo Leal, Jaramillo, Galán y Gómez Hurtado. Y, por otro lado, que haya llegado a la Vicepresidencia de la Republica, Francia Márquez Mina, una descendiente directa de los africanos secuestrados y traídos a América, hace más de 500 años, para ser esclavizados y luego marginados durante los últimos 2 siglos.
Además, ha sido el grito desesperado de las zonas más deprimidas del país. Ese país nacional del que nos habló Jorge Eliecer Gaitán; Esa Colombia profunda que nos describe William Ospina; “La Chusma” como le llamarían los representantes de la aristocracia capitalina que ha manejado al país durante los últimos 200 años; “La Plebe” como dirían los miembros de la “alta sociedad” costeña.
Es esa Colombia irredenta que se alza irreverente luego de siglos de discriminación apara buscar – afortunadamente por medio del ejercicio del voto popular – su verdadero lugar, en una sociedad cada vez más desigual, y el respeto por sus derechos fundamentales. Son las regiones empobrecidas de la periferia que se alzan democráticamente contra el poder central que dilapida sus recursos en materia de salud, educación, servicios públicos, vivienda, viga digna, etc.
Ello nos obliga a cambiar como sociedad. A entrar a un Acuerdo Nacional, que podría ser la última oportunidad de reconciliarnos y progresar.
Creemos particularmente que, en este nuevo intento de deponer los odios como el principal obstáculo para unir a los colombianos, varios actores de nuestra sociedad tendrán que actuar de manera diferente:
Los empresarios. Sacrificando el camino fácil de importar productos del extranjero y construyendo verdaderas empresas productivas nacionales que generen muchos más empleos y bienestar. En el sector de alimentos, por ejemplo, hay una extraordinaria oportunidad.
La prensa, la gran prensa. Asumiendo su verdadero papel de responsabilidad social en la defensa de los derechos fundamentales del ciudadano frente a los abusos del poder, cualquiera sea su origen.
La iglesia, en sus diferentes denominaciones religiosas. Promoviendo el amor y cumpliendo la Gran Comisión, que ordenó Jesús, para recobrar los espacios – que les ha ido quitando el accionar de una sociedad en decadencia – en el campo, en los centros educativos, en los tribunales, en el gobierno, pero, sobre todo, en el corazón de los colombianos de todas las condiciones económicas.
Los ciudadanos. Desde nuestros hogares, sitios de trabajo y redes sociales propiciando un nuevo clima de armonía y entendimiento para vivir transigiendo y construyendo un mejor país.
Parece que estamos ad portas de un nuevo comienzo. Depende de nosotros aprovecharlo. Quizás sea un sueño, una utopía. Pero, sinceramente: ¿no querríamos que nuestros hijos despertaran algún día en ese nuevo país…? ¿No vale la pena intentarlo…?
@vherreram
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