Por: Fernando Garcia Ortega

La crisis de la justicia, como del paÃs en general, es moral. Los magistrados de las altas cortes dejaron de ser personas honorables para convertirse en cuotas burocráticas de algún parlamentario sin escrúpulos, muchas veces ignorante y peligroso. Qué lejos de juristas admirables como Carlos Gaviria DÃaz, José Gregorio Hernández o Reyes EchandÃa.
Los estudiantes de derecho ni los recuerdan y aunque hay algunos a la altura de sus honorabilÃsimos cargos- contados en una mano -han sido opacados por una mayorÃa de mediocres sin mérito alguno. Y los otrora espacios del talento y la probidad, fueron copados por la ambición y el interés particular.
No tienen ánimo por juzgar de manera imparcial, con celeridad, acorde a la ética, es que ni siquiera se preocupan por leer los expedientes completos. Son burócratas al servicio de algún bandido parlamentario o polÃtico retorcido, siempre listos a pelear por sus privilegios comunes, más no por defender la verdad y la ley.
Nuestros magistrados ahora pareciera que desprecian el intelecto y los hechos. Ni analizan los casos. Con su comportamiento indigno le han quitado la majestad a la justicia y son pésimo ejemplo para las juventudes.
Por tanto, es imprescindible más control y vigilancia ciudadanas. Asà que exhorto a hombres y mujeres colombianas a volvernos centinelas de esas personas que conforman las instituciones más importantes del paÃs, son quienes deciden sobre vidas, derechos y futuro de los colombianos, tanto los honorables como los delictuosos. Porque la honorabilidad y la decencia de la justicia no se recuperarán por decreto de aquellos que la han degradado para su propia conveniencia.
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