Por: Orlando Ortiz M.
Salud Hernández Mora se destacada por su tono pendenciero y marcado ante todo por su ideología, de la cual es una máxima exponente en Colombia.
Española de origen y sañuda de corazón, pareciera que olvida que conquista y colonia son ya épocas remotas y que su estancia en Colombia le exige un mínimo de respeto y discreción con una ciudadanía que, en general, pese a su insolencia la ha acogido con humildad y respeto.
Sabido es de sobra su arrojo y devoción por la extrema derecha y, por eso mismo, su odio visceral hacia la izquierda, o lo que ella considera izquierda, de quien no pierde ocasión para estigmatizar, incluso con su gestualización, más diciente siempre que sus propios escritos o elucubraciones orales. En ocasiones, solo verla da miedo.
Como es extranjera y no ha tenido que vivir en su pellejo las afugias de la guerra que hemos padecido la mayoría de los colombianos, ha sido una de las más férreas opositoras del proceso de paz; botafuego por boca y nariz cual dragón enardecido, se recrea incitando a la violencia, sobre todo la oficial, de la cual ha sido una gran devota.
“Si yo fuera policía en el gobierno Petro, pondría en marcha la política de brazos cruzados, de mirar para otro lado”, dijo en una publicación reciente de la revista Semana.
Ya en otra ocasión había llamado a los policías a "no acercarse nunca” a la designada ministra de Cultura, Patricia Ariza, y a que dejaran que “la cuiden los de la primera línea o los antiguos guerrillos de las Farc”. Qué desmande y que descache el de esta nostálgica de los chapetones, cuyo dolor por la pérdida del poder de sus compinches hasta ahora encumbrados en el poder parece tenerla sin estribos y padeciendo insomnios y desvaríos.
Se olvida que la Policía es un órgano vital del Estado de derecho y que debe obediencia al presidente de la República, así este no sea de su parecer. Ese llamado a la insubordinación de un cuerpo armado debería considerarse como delito; por mucho menos durante el Gobierno de Iván Duque, cuya finalización la debe tener lagrimeando, fueron expulsadas varias personas de Colombia.
Cuestiona también la columnista al designado ministro de Defensa, doctor Iván Velásquez, a quien de paso bautiza como enemigo de la Policía y acusa de no conocer a “esa otra Colombia”, ¿Cuál?, a lo sumo la de Salud, que es siniestra y misteriosa.
Ya quisiera esta peregrina tener en la cabeza el país que una persona como Iván Velásquez lleva en sus entrañas y por cuyo Estado de derecho ha jugado su carrera como jurista. Si por algo fue designado como ministro de Defensa es justamente por su entereza. También porque el país reclama un nuevo comportamiento y una nueva ética de su Policía y sus fuerzas armadas, tan deslucidas especialmente durante los, por fortuna, ya agónicos gobiernos uribistas.
Que no vengan ahora, ella y sus defensores, a escudarse en la libertad de expresión. Es más que eso, pues se trata del acatamiento que le corresponde rendir a un orden constitucional, a una ciudadanía que de su parte merece todo el respeto y a la misma Policía que seguro hará caso omiso de su descocado llamado a la desobediencia. Pero, además, porque miente cuando dice que ya Santos había impulsado “la política de brazos cruzados” y especula cuando afirma que será profundizada ahora por el nuevo ministro de Defensa. De mentir y especular no se trata la libertad de expresión.
En lo único que atina es cuando dice que nunca ha sido fácil ser policía en Colombia, por sus salarios bajos, los ascensos demorados, el trato como parias, las estaciones de Policía precarias, el horario laboral esclavista, las relaciones familiares complejas, entre otras. Eso es cierto porque la Policía, a la que llegan principalmente personas de los sectores más vulnerables de la sociedad, ha sido tratada con desmedro por las propias élites gobernantes, que son las que más se han servido de sus sacrificios.
Por fortuna, el presidente Gustavo Petro se ha comprometido a mejorar sus condiciones, que bien merecido lo tienen; a ello se suma el compromiso de una paz total, que será sin duda la mejor manera de cuidar, no solo a los policías sino a la sociedad entera, incluidos los (as) que llegan a estorbar sin haber sido invitados (as).
Quiere doña Salud capitalizar para sus diatribas el criminal y repudiable “Plan Pistola” que ha segado la vida de más de 20 policías solo en el mes de julio, sin reconocer que es parte de la incapacidad e ineptitud del nefasto gobierno de Iván Duque y del cumplimiento a la orden su partido de “hacer trizas la paz”, que ella misma ha vitoreado.
Se le olvida, como escribió de su propia pluma en el prólogo del libro Mi Confesión[i], que narra la historia del jefe paramilitar Carlos Castaño Gil, que lo que ocurre es…
“Un reflejo de la descomposición de la sociedad colombiana, de la suciedad de un conflicto armado que hace años dejó de ser ideológico, del cinismo e ineptitud de los políticos, de la incapacidad del Estado de cumplir sus funciones constitucionales, de la falta de ética de los dirigentes y de algunos dueños de medios de comunicación, de la crueldad de los grupos al margen de la ley, de la doble moral de todos ellos; en fin, una radiografía a veces siniestra y en ocasiones patética, de una nación que naufraga ante la pasividad de su clase dirigente y el sentimiento de impotencia de sus ciudadanos”.
Por fortuna, con fe y con esperanza estamos en la hora de los cambios, aunque no para que Salud sea policía.
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