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Petro, el socialdemócrata

Por: Fredy Chaverra C.



De cara a las próximas elecciones, la gran mayoría de aspirantes presidenciales resienten de las clásicas etiquetas de izquierda y derecha (tan acostumbradas por los opinadores, periodistas y politólogos); en contraste, un centro indefinido y gaseoso —un permanente espacio de disputa— se presenta como la única alternativa a los “extremos”. En ese panorama, abundan los calificativos de populistas, extremistas y demagogos, calcando un pandemónium inacabable de acusaciones que trivializan la discusión pública y evitan a los presidenciables asumirse en un debate muy interesante en una elección tan decisiva: la verdadera naturaleza ideológica de sus programas.


Resulta claro que la sociedad colombiana asiste a una progresiva desideologización de la política y a un ascenso del imperio del pragmatismo. A pocos políticos les interesa autorreferenciar su visión de la política desde una orilla ideológica, algo que solo parece efectivo en el centro como contraposición a los “extremos” o en la derecha como contrarrelato a la izquierda (volviendo caricatura el “no gire a la izquierda” del senador Barguil). Al parecer, para muchos, asumirse en esas discusiones resulta tedioso, innecesario y poco rentable, ahora las máximas son: “Los problemas no son de izquierda o derecha”, “no soy de izquierda o derecha” y “a la gente no le importan esas discusiones”.



Pues bien, al margen de un debate que el conjunto de los actores políticos no busca propiciar (con la excepción del incomprendido Alejandro Gaviria), si quisiera poner el lente en lo que representa Gustavo Petro, el virtual candidato presidencial del Pacto Histórico que en medios internacionales (como El País de España, CNN y BBC) es tildado como un izquierdista de marras, en medios domésticos (Semana) calificado como un radical de izquierda, pero que en su fuero interior (si le preguntan, claro está) se percibe como el promotor de la “política de la vida y el amor” ajeno a las denominaciones anacrónicas de derecha e izquierda.


Más allá de su autopercepción, Petro ha construido gran parte de su carrera política como un opositor de izquierda, redomado por un pragmatismo ocasional (solo hay que recordar su apoyo denodado a la reelección de Santos) y un feroz crítico del establishment económico. Sin duda, su espacio natural es la izquierda; en realidad, es un espacio que pocos candidatos le podrían disputar, pues el centro poco o nada puede restarle (en algo Jorge Robledo), siendo la única amenaza in crescendo la de Rodolfo Hernández, un demagogo de grandes proporciones con la notable habilidad de convocar desde un discurso bastante primario a bases de izquierda y derecha, a lo sumo, una izquierda no partidista que sospecha de la pléyade de políticos tradicionales que vienen rodeando a Petro.


Teniendo claro que la base social y política del Pacto Histórico encarna la casi totalidad de la izquierda (con la excepción nominal y dirigida del partido Comunes), el reto de su eventual candidato presidencial consiste en tomarse el centro y sumar la mayor cantidad de adeptos en los ribetes de la derecha, esas pálidas líneas socialdemócratas que cohabitan con el diablo al interior del liberalismo o el Partido de la U (partidos de origen liberal). Esa es la esencia del giro pragmático del Petro versión 2022 y garantía de un posible “triunfo” desde un análisis bastante superficial de la mecánica electoral, pues solo eso puede explicar la adhesión al Pacto Histórico de politiqueros “rehabilitados” como Roy y Benedetti, y el coqueteo a Luis Pérez (la más viva encarnación de la política tradicional).


En ese giro pragmático (advertido por El País de España en un reciente artículo sobre el ciclo electoral colombiano), el líder de la Colombia Humana ha sido calificado de múltiples formas, ya que sus adversarios no lo ven como él mismo se autopercibe, es decir, como el artífice de la “política de la vida y el amor”, más bien, se han empeñado en reducirlo a la figura unidimensional de populista de extrema izquierda; pero otros, más sintonizados con los alcances de su giro pragmático, lo ven como un socialdemócrata en ascenso. ¿Qué implican esas dos etiquetas?



Ya se convirtió en un lugar común tildar a Petro de populista, algo constante durante su paso por el Palacio Liévano (donde patentó una peculiar versión del balcón del pueblo) y que se volvió en un contradiscurso crónico en la última elección presidencial. Creería que hay dos versiones definidas del Petro populista, una posicionada por la matriz mediática de la derecha y otra percibida por el centro; eso sí, ambas ligeramente potenciadas por la tendencia del líder de la Colombia Humana a movilizar las calles; asumir el ejercicio de la política desde una perspectiva antagónica (siendo su versión más reciente la que confronta la política de la vida con la política de la muerte) y la errática forma de presentar algunas de sus propuestas.


Para la derecha, Petro es la viva encarnación de los peores populismos, lo presentan como un mentiroso y expropiador patológico; además, le endilgan una matriz mediática, superficial y engañosa, pero ciertamente eficaz, asociada a una segunda Venezuela (el antiguo castrochavismo ahora advenido en neocomunismo). Para el uribismo más radical, Petro fue “el maestro de Chávez” y si llega a la presidencia se empeñará en seguir el libreto de la revolución bolivariana; es decir, la destrucción de las instituciones como primer acto y su perpetuación en el poder como corolario. Esa matriz le resultó muy efectiva al uribismo en las elecciones de 2018, pero ha perdido terreno —como la favorabilidad de Uribe— en el inconsciente colectivo de una sociedad que todavía no logra asimilar de fondo las causas de la crisis en el país vecino o su cotidiana inmigración.


Desde el centro, la versión del Petro populista resulta siendo menos venezolanizada o asociada a los vestigios del socialismo del siglo XXI, ya que se reduce a presentar su programa como un populismo de extrema izquierda que inevitablemente pondría en jaque la estabilidad institucional. (¿Acaso, el paro nacional es muestra de estabilidad institucional?). A los centristas, a veces sin mucha capacidad de autocrítica, les asiste el temor de un “gobierno rabioso” que progresivamente erosione los pilares de la democracia, los pesos y contrapesos, o la autonomía de las instituciones —sin afirmar en ningún momento que Petro sigue el libreto chavista—. Para ellos, el Petro populista es una combinación de la desconfianza que les propicia el poder detentado en un dirigente caudillista, sumado a lo que consideran como un programa impracticable de “recetas sencillas a problemas complejos”.



Ahora bien, ¿Petro es o no es un populista? La verdad, todo depende de lo que se entienda por populismo, pues tanto la derecha como el centro abusan de la clásica elasticidad del concepto para utilizarlo en su manera más vulgar: como una mera descalificación. Personalmente, no utilizaré una versión ajustada a mis intenciones, solo diré que —en relación con la estabilidad institucional— desestimé esa naturaleza populista cuando vi que Petro se comprometió a navegar sobre los contornos de la Constitución de 1991 (descartando de tajo la constituyente); cuando comprendí que no tendría mayorías propias en el Congreso (sí o sí deberá pactar una coalición más allá de su bancada); y cuando entendí que la Corte Constitucional ha sido históricamente una garantía de relativa independencia frente al Ejecutivo.


Finalmente, creería que la profundización de su giro pragmático, absolutamente enfocado en apropiarse del centro (tal cual como hizo Boric en Chile), con los riesgos en términos de opinión que seguramente le ha implicado ese acercamiento a los ribetes de la política tradicional (dándole munición a Rodolfo Hernández para cuestionarlo como politiquero), ha sacado a Petro de la clásica parálisis electoral de la izquierda para acercarlo —idealmente según algunos liberales— a una agenda socialdemócrata; sin embargo, esa una intuición que requiere otro análisis, por el momento, intitulado: Petro, el socialdemócrata.

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