La venezolanización de la oposición colombiana
- Acta Diurna

- hace 2 días
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Por: Dany Oviedo Marino

La política colombiana parece haber mutado en una tragicomedia donde el sentido de realidad ha sido reemplazado por el narcisismo. El reciente anuncio de la "Gran Consulta por Colombia" y el caótico panorama en la derecha no son más que síntomas de una enfermedad terminal en nuestra clase dirigente: la incapacidad de ver más allá de su propio reflejo en el espejo.
Mientras el país se encamina hacia una encrucijada histórica en 2026, los nombres que hoy copan los titulares —desde los "centristas" académicos hasta los "derechistas" mediáticos— parecen estar más interesados en su índice de rating que en la viabilidad real de sus proyectos.
Y en este escenario resalta la conformación de "La Gran Consulta por Colombia" por parte de figuras como Mauricio Cárdenas (Avanza Colombia), David Luna (Movimiento Sí Hay Un Camino), Juan Daniel Oviedo (Con Toda por Colombia), Vicky Dávila (Movimiento Valientes), Aníbal Gaviria (Unidos: La Fuerza de las Regiones) y Juan Manuel Galán (Nuevo Liberalismo) que pretende venderse como una "alternativa seria y sensata". Sin embargo, el papel lo aguanta todo. Detrás de la retórica de la "evidencia y la transparencia", lo que se observa es un grupo de líderes que, por sí solos, "no marcan ni la hora" en el fervor popular.
Se presentan como el antídoto a los extremos, pero su pecado es la tibieza y la falta de sintonía con un electorado que vota con las vísceras, no con doctorados. Cárdenas y Luna, por ejemplo, confían en que sus méritos administrativos bastarán para frenar la maquinaria del petrismo. Ignoran que, en la realpolitik colombiana, el exceso de academia sin carisma es la receta perfecta para el olvido. Su unión no nace de la fuerza, sino del miedo a la irrelevancia, pues esta ilusoria coalición no es más que la suma de mínimos.
Si en el centro llueve, en la derecha no escampa. El panorama allí es aún más desolador debido a las traiciones internas y los egos desbordados. El caso de Vicky Dávila es ilustrativo: una figura que inició con el favor de las encuestas gracias a su plataforma mediática, pero que ha dilapidado su potencial en una cantaleta histérica llena de emocionalidades superfluas contra el gobierno y de ataques innecesarios a sus aliados naturales. Su incapacidad para trascender el rol de presentadora y lograr el de estadista la ha dejado como una candidata inviable, más preocupada por el ataque inmediato que por la estrategia de fondo.
Por otro lado, la derecha tradicional parece jugar a la exclusión sistemática. La esquizofrenia de querer ganar jugando solo con los perdedores —al intentar marginar figuras que sí generan fervor, como el fenómeno de Abelardo de la Espriella— demuestra que las castas políticas prefieren que gane el heredero de Petro antes que permitir que un "provinciano" rompa sus jerarquías de apellido y alcurnia bogotana.
El gran error de este pelotón de precandidatos es subestimar la capacidad de maniobra del actual gobierno. Mientras los precandidatos de la consulta se dedican al "fuego amigo" y a medir quién lo tiene más grande (el ego, por supuesto), el petrismo está empezando a consolidar su estrategia de permanencia.
Por su lado, el Centro Democrático ha intentado desesperadamente proyectar una imagen de renovación interna, culminando en la reciente designación de Paloma Valencia como su candidata oficial tras un proceso de encuestas marcado por las contiendas y la fractura. Valencia, quien emergió victoriosa sobre María Fernanda Cabal, se presenta como la carta de una "derecha moderada" que busca capturar el centro esquivo. Sin embargo, su victoria deja al partido profundamente herido y dividido; las denuncias de irregularidades en los sondeos y la exclusión de figuras como Miguel Uribe Londoño —tras una agria disputa familiar por el legado de su hijo— han dejado al uribismo en su momento más frágil. Mientras Valencia intenta articular un discurso de unidad demócrata contra el "estatismo", el futuro del partido pende de un hilo: sin el carisma aglutinador de un Uribe que hoy debe actuar más como mediador de crisis que como guía ideológico, el Centro Democrático corre el riesgo de convertirse en una fuerza marginal, víctima de las mismas mezquindades que han condenado a la oposición en otros rincones del continente.
La frase "Los egos, las mezquindades y la incomprensión del momento histórico tienen a la derecha dando tumbos y al centro como corcho en remolino" de Fernando de Jesus Alvarez Corredor resume claramente la tragicomedia. No fue el país el que se volvió como Venezuela. Fue la oposición de derecha la que se volvió como la del vecino país.
La actual oposición colombiana está repitiendo, paso a paso, el guion de la oposición venezolana. Aquella que, por egos, mezquindades, individualismos y ambiciones personales, facilitó la perpetuidad del chavismo. Si los candidatos de la "Gran Consulta", los rezagados de la derecha y lo que puede quedar de Uribe, no entienden que el país no necesita más reyes de redes sociales sino verdaderas propuestas de país, el 2026 no será una elección, sino el funeral de sus propias carreras políticas.
Al final, lo que veremos será un desfile de vanidades donde los ganadores de la oposición llegarán a la primera vuelta tan debilitados por sus propios aliados que serán una presa fácil.







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