Por: Horacio Duque.
Aunque algunos han querido minimizar y hasta desconocer el conflicto social y armado que golpea en la actualidad al territorio y la población del histórico departamento del Cauca (Incluido el Sur, el Centro y el cañón del Naya, en el Valle del Cauca; y Norte de Nariño: Policarpa, Leiva y Rosario), la situación se complica todos los días con lamentables hechos como el que afectó al padre de la Vicepresidente Francia Márquez en el Roble, las masacres en los municipios de Florida y Miranda, los asesinatos de lideres sociales en el Plateado y la utilización de cilindros bombas en Caldono, contra la estación de policía de esta localidad.
Tal como se ha señalado por distintos analistas del conflicto colombiano, nos encontramos en un extraño y perverso “Tercer ciclo de la guerra contemporánea nacional”, que otros más optimistas minimizan con el argumento de que con el Acuerdo de Paz con las Farc en el segundo semestre del 2016, ocurrió un “momento definitivo de inflexión”, un “ya no hay marcha atrás”, y lo que hay son grupitos residuales pegados al narcotráfico, en un simplismo que impresiona dadas las responsabilidades oficiales que se ostentan.
Los voceros de este planteamiento sustentan sus hipótesis en ideas como las siguientes: las guerrillas están pasadas de moda. El aparato militar del Estado está mas capacitado de lo que estaba antes. Todos los días vemos en los noticieros golpes muy duros a las guerrillas. Los actuales grupos guerrilleros son manifestaciones de la criminalidad organizada nítida; nada que ver con una una guerra de guerrillas propiamente dicha.
La cruda verdad a estas alturas de la historia es que Colombia, como lo sostiene Gutiérrez Sanín, ha recaído en una guerra política, pues los “mismos cambios que han cerrado la puerta a algunas formas de resistencia y oposición violenta, le han abierto a otras. Si se toman en su conjunto los grupos armados no estatales (guerrillas, milicias, redes, grupos híbridos), se encuentra que muchos de estos pueden estar en la actualidad en mejores condiciones para operar que en tiempos pasados”. Gutiérrez agrega que aun esos grupos armados no han encontrado la forma de crecer más aceleradamente y construir una imagen política aceptable, pero la guerra tiene sus reglas duras -el que se duerme y no aprende, sale del juego- es claramente posible que gracias a estas unos pocos ganadores (EMC Cauca, Segunda Marquetalia) ya encontraron de adaptarse a los nuevos tiempos, a la manera darwiniana.
La guerra en el Cauca con sus principales actores armados como las columnas Dagoberto Ramos, Jaime Martínez, Carlos Patiño, Isaías Pardo, Adán Izquierdo, Rafael Aguilera, Franco Benavides, Urias Rondon y Jonier España, causa mayores traumas en la sociedad regional y local, exigiendo un nuevo enfoque político de tal fenómeno entendiéndolo como expresión de un nuevo nivel del conflicto social y armado, pues las actuales guerrillas se han adaptado a las nuevas condiciones de la guerra y de la operación militar de las Fuerzas Armadas; condiciones que, por supuesto, han creado difíciles obstáculo que, de hecho, han sido superadas por las nuevas guerrillas como las Farc ep, la Segunda Marquetalia, el Eln y los grupos armados latentes del Epl, con un discurso más ideológico y político enfocándose en la resistencia, pues no pretenden la toma del poder por la vía armada, ni se vuelcan en grandes operaciones; les es suficiente actuar en el territorio, intentando reconstruir una retaguardia popular (no necesariamente geográfica) y capturando rentas no legales. Su manera de operar, ya no necesariamente su procedimiento sería picar y huir –sin descartar acudir al método de la pulga cuando sea necesario-, sino construir algunos apoyos, promover agendas específicas y mantener sus fuerzas.
Así, pues, lo que estamos presenciando hoy en el Cauca, Nariño, Valle del Cauca, Meta, Arauca, Magdalena Medio y el Catatumbo, es una multiplicación de guerrillas rurales, urbanas, de resistencia y grupos híbridos entre política y criminalidad. Estos actores no necesariamente pretenden avanzar y ganar en el sentido de tomarse el poder político central, pero si quieren hacer política. Guerra y política, como se ha dado siempre, íntimamente unidas, por medio de métodos como establecer diversas formas de control territorial, regular el sistema político en sus niveles locales y regionales a través de amenazas y oferta de seguridad y levantar causas territoriales justas como la reforma agraria, los derechos humanos y la lucha contra la corrupción que involucra a reconocidos clanes políticos (como el de la actual gobernadora del Valle del Cauca, Dilian Toro, que saquea los presupuestos del Estado usando varios parapetos institucionales como el Fondo Mixto del Deporte del Valle del Cauca y la Corporación Tecnológica de Cali).
De nada sirve frente a esta guerra en curso en el Cauca tachar de narcotraficantes y criminales a los actores guerrilleros que agrupan a miles de excombatientes –junto con las decenas de destacados cuadros políticos intermedios- que han retornado al monte y han creado o se han sumado con núcleos rebeldes carentes de discursos ideológicos (Comando de Frontera, por ejemplo).
Es un error abordar este fenómeno en esos términos a no ser que se trate de pura propaganda. Un error en toda la línea. En alguna medida, esos actores guerrilleros (y cuasi guerrilleros), son la voz del futuro: de manera más puntual de un futuro posible. No es difícil imaginarse, como lo sugiere Gutiérrez Sanín, rutas de activación a través de las cuales podrían transformarse en una amenaza política tal cual está ocurriendo al afectar y perturbar la gestión del primer gobierno de izquierda en Colombia, como el encabezado por el presidente Gustavo Petro, comprometido con una agenda popular progresista transformadora.
Pero para entender cómo es que se está configurando esta tendencia bélica y política se necesita profundizar en el conocimiento de la actual guerra regional, en abordar los cambios en la naturaleza de la guerra como consecuencia de las transformaciones del Estado, de las ciudades (Cali y Jamundí, por ejemplo) y de la revolución tecnológica que coloca a disposición de los actores guerrilleros nuevas herramientas para el combate como los teléfonos celulares inteligentes (más peligrosos que un fusil Kalasnikov), las redes sociales, el control remoto, los drones kamikazes, los vehículos autónomos y las antenas satelitales Starlinks de Elon Musk.
Sobre los cambios en la naturaleza de la guerra colombiana, la emergencia del tercer ciclo de violencia y el involucramiento significativo del mundo rural colombiano, que ya es el principal escenario del nuevo ciclo bélico; y lo es en intimo entrelazamiento con el abundante sistema de ciudades intermedias (Popayán, Santander de Quilichao, Jamundí, Cali y Tuluá) que caracteriza hoy al país: en ciertas ciudades esta “retaguardia” (hinterland) rural (montañas del cañón del Micay y del Naya) está muy conectado con cultivos, rutas de narco y una multiplicad de conflictos sociales sin resolver como los del pacifico, los de los indígenas, los afros, los campesinos que reclaman reforma agraria, los de la corrupción y las gentes sin empleo, sin salud y vivienda adecuada, nos ocuparemos en un próximo análisis.
Para cerrar, digamos que lo cierto es que la política va a estar siempre en el centro de estas nuevas modalidades de la guerra que estamos presenciando en las regiones colombianas. Estamos delante de conflictos armados y nuevas modalidades de guerra irregular caracterizados por la flexibilidad, las innovaciones tecnológicas (masivamente utilizadas en la guerra de Ucrania y en el conflicto palestino de Gaza) y la potente influencia de la política y las comunicaciones.
Se nos creció el Enano y no acertamos en las salidas. No logramos captar de manera objetiva lo que nos sube pierna arriba.
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