La misa del cinismo: la Catedral como mercado de votos
- Acta Diurna
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Por : Joaquín Baena Arévalo.

La Catedral Primada de Bogotá se convirtió el 11 de octubre de 2025 en un escenario que poco tuvo de sagrado y mucho de espectáculo político. Lo que debió ser un espacio de recogimiento y duelo, terminó convertido en una tarima para los discursos más oportunistas de quienes no respetan ni a los muertos ni a los vivos.
Han hecho de Miguel Uribe, en su condición trágica, un influencer político involuntario. Su cadáver se transformó en la excusa perfecta para que todos los oportunistas acudieran a una cita generadora de votos. La clínica Santa Fe, el Capitolio y hasta la Catedral han sido instrumentalizados como estaciones de una procesión hipócrita.
En ese escenario, la regla parece ser que quien más hipócrita resulte, más rentable se vuelve el asunto. Nadie se privó de aparecer. Ni siquiera el mismísimo diablo que tomó forma en la figura Álvaro Leyva
Durante su vida política, Miguel fue objeto de burlas y críticas. Vicky Dávila lo apodaba “Gastón”, cuestionando de dónde salían sus recursos. María Fernanda Cabal lo acusaba de encuestas compradas y de aprovecharse del linaje de los Turbay. Lo demonizaron sin piedad, pero hoy, esos mismos lo canonizan como si fuera mártir.
Lo que ayer era motivo de sospecha, hoy es exaltado como virtud. Esos mismos contradictores han descubierto que el dolor puede ser una mina de rentabilidad política. No se trata ya de un joven candidato con falencias argumentativas, sino del “estandarte moral” que puede sumar votos.
Vale la pena aclarar: Miguel Uribe no representaba una amenaza seria para el progresismo. Era un candidato liviano, gritón y sin consistencia discursiva. Su asesinato, censurable desde cualquier ángulo, conviene únicamente a quienes desean desestabilizar al país.
No responsabilizo de este crimen a la extrema derecha ni a contradictores del mismo Centro Democrático. El hecho responde a la degradación de la insurrección armada, un actor que perdió el norte y que debe ser enfrentado con autoridad.
Sin embargo, mientras se busca identificar a los posibles responsables, la extrema derecha ha aprovechado la tragedia para construir una campaña política inmisericorde. El dolor ajeno se convirtió en su plataforma electoral. En un verdadero “sprint” electoral, compiten por ver quién llora más fuerte, quién convierte mejor las lágrimas en votos.
Cuando Miguel Uribe estaba en campaña, pedían vigilancia sobre sus gastos y cuestionaban la procedencia de sus recursos. Hoy, lo presentan como el joven brillante que merecía ganar. Ayer fue “el Gastón”, hoy es el mártir. La inconsecuencia es total.
El descaro llegó al punto de que incluso su padre convirtió el atrio de la Catedral en un púlpito político. Lo que debió ser un acto íntimo y solemne se transformó en discurso electoral. Los dolientes se convirtieron en candidatos en campaña, y el luto se transformó en plataforma.
Todo este aprovechamiento recuerda aquella canción vallenata que dice “el pobre Migue”. de Rafael Escalona . Al pobre Migue lo están usando como estrategia política , lo elevan a símbolo para jalonar votos. Y lo hacen, además, acusando irresponsablemente al gobierno y a Petro, intentando instalar un imaginario de persecución inexistente.
Al final, el poder mediático repite sin cesar la narrativa de la violencia como única salida. Vicky Dávila, De la Espriella, Cabal, Paloma Valencia… sus bocas disparan plomo y bala, pero no propuestas. No hay discurso estructural, solo populismo punitivo. Convierten el duelo en negocio y la Catedral la convirtieron en un comando político de barrio.
La Catedral, otrora símbolo de lo trascendente, se convirtió en el espejo de un país que ha confundido el duelo con la propaganda y la fe con el cálculo electoral. No es nuevo: desde los griegos sabemos que el teatro político se alimenta de tragedias, y que la muerte, en manos de los poderosos, siempre se vuelve discurso. Camus recordaba que el absurdo no está en la muerte, sino en el intento de darle un sentido torcido. Aquí, la muerte de Miguel Uribe fue arrojada al mercado de votos, convertida en moneda de cambio en el templo mayor de la capital. En el fondo, lo que se revela no es el destino de un hombre, sino la obscena capacidad de la política criolla para profanar lo sagrado. La Catedral fue un púlpito de simulacros: quienes en vida lo despreciaron, en su muerte lo santificaron. Y allí, entre rezos fingidos y discursos inflamados, quedó desnuda la verdad de nuestra época: en Colombia, hasta los muertos votan.