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La historia secreta de La Guajira donde lo africano se volvió wayúu

Por: Martín López González



La historia de La Guajira, un espacio de encuentro, fuga, resistencia y creación cultural, ha sido narrada en gran medida desde una perspectiva que privilegia las voces indígenas —en especial las wayuu— mientras oculta o diluye la presencia afrodescendiente en la configuración del territorio.


Sin embargo, una lectura desde el concepto de competencia mestiza, entendida como la capacidad de supervivencia, hibridación creativa y reapropiación cultural de sujetos y comunidades sometidas a procesos coloniales, permite visibilizar como prácticas, saberes y estructuras africanas se injertaron en el universo indígena, dando lugar a una hibridez cultural hoy profundamente naturalizada. Esta “competencia” no remite a una pugna violenta, sino a una tensión creativa, a un mestizaje estructural donde lo afro, aunque mimetizado, ha dejado huellas decisivas.


La Guajira prehispánica era habitada por diversas etnias de economía primaria como: Cocina, Guanebucán, Caquetíos, Makuiras, Anates, Coanaos, Eneales, entre otros; sin presencia wayuu como los conocemos hoy. Fue a partir del siglo XVII que comenzaron a llamarse "wayuu" a unas 200 familias no europeas, ubicadas en el valle de río Ranchería, caracterizado por ser la ruta del cimarronaje de los africanos que huían de la esclavización. En esa zona se desarrolló una nueva economía basada en el pastoralismo: la cría de chivos y ovejas para la producción de carne, leche y cueros.



Los africanos esclavizados fueron empleados inicialmente en labores domésticas y en el cuidado del ganado ovino, caprino y vacuno introducido por los europeos. Ellos eran —y son— reconocidos como los grandes pastores del mundo, con tradiciones ganaderas milenarias provenientes del Sahel y el África occidental. Esta especialización permitió que en La Guajira emergiera una nueva economía ganadera en el valle del río Ranchería, donde las comunidades no europeas se organizaron en torno a este comercio. Una auténtica innovación traída por la experiencia africana adaptada al nuevo territorio. Este cambio estructural no solo transformó la economía local, sino que también sentó las bases para la configuración de una nueva identidad colectiva: la que desde entonces sería llamada "Wayuu".


En efecto, los africanos que llegaron por los puertos de Riohacha, Nueva Salamanca de la Ramada (Dibulla) y desde Venezuela, en su mayoría de contrabando, eran asignados al cuidado doméstico y ganadero. Las Nuevas Leyes de Indias (1542) prohibieron usar indígenas en labores de buceo por su alta mortalidad. Hacia finales del siglo XVI todos los buzos eran africanos Jóvenes fuertes, pero privados e incluso, de sexualidad para mantener su vigor físico. Muchos de ellos se fugaban y se internaron en los territorios indígenas, donde no solo encontraron refugio, sino posibilidad de continuidad vital y afectiva con mujeres "hermosas, de torso desnudo", como relataban los cronistas. De esa mezcla forzada o consentida nacieron niños descritos por una indígena, según recoge Miguel Acosta Saignes, como "muy hermosos".


El mestizaje afroindígena no se limitó a la biología. Numerosas prácticas culturales del universo wayuu tienen una raíz o paralelo evidente en tradiciones africanas:


  • El tejido Wayuu, con sus diseños geométricos y colores fuertes simbólicos, guarda una estrecha semejanza con técnicas y motivos del tejido africano, como los del pueblo Ashanti en Ghana o los Ewé de Togo.

  • El baile de la yonna, en el que una mujer acosa al hombre hasta derribarlo, recuerda al baile del tambor redondo de Curiepe (Estado Miranda, Venezuela), practicado en rituales afrovenezolanos del solsticio de verano. Ambos ritos representan una disputa simbólica de los sexos, con un rol activo y dominante de la mujer.

  • La manta Wayuu, ícono de identidad, difícilmente existía en la Guajira prehispánica. Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos, describe a los habitantes originarios como "salvajes en grado extremo sin atavío alguno". La manta sería entonces una incorporación posterior, posiblemente de origen africano, como prenda de protección del sol y símbolo de estatus.


El Sistema Normativo Wayuu, centrado en la figura del palabrero o pütchipü'üi, es un mecanismo de resolución de conflictos basado en el diálogo, la reparación y la reconciliación, no en la punición. Esta figura tiene fuertes paralelos con sistemas de justicia africanos tradicionales, por lo que se asemeja notablemente al papel de los griots. En muchas comunidades bantúes y mandingas, el conflicto se resuelve con la mediación de ancianos que apelan a la palabra, al pago de compensaciones simbólicas (ganado, collares, textiles), y a la restauración del equilibrio social. Es un modelo de justicia comunitaria con fuertes ecos de las culturas africanas traídas por la trata.


Una institución clave en la organización social Wayuu es el matrimonio arreglado, gestionado por los parientes uterinos de la mujer, especialmente sus tíos maternos. Para sellar la unión, la familia del novio entrega una dote que incluye chivos, cabras, vacas, collares y mantas; bienes que no van a la mujer sino a su clan materno, como compensación simbólica por retirarla del linaje.



Este sistema encuentra paralelos directos en varias culturas africanas:


  • Entre los kikuyu (Kenia), el matrimonio se acuerda entre clanes y la dote se paga en ganado y collares a los tíos maternos de la novia.

  • En los ashanti (Ghana), la dote es negociada por los linajes maternos e incluye bienes ganaderos, bebidas y textiles.

  • En los bakongo (Congo), la dote (mbongo) simboliza la alianza de clanes y se compone de animales, dinero, y collares rituales.


Estas coincidencias no solo señalan una afinidad cultural, sino la probable persistencia estructural de modelos africanos en el corazón del mundo Wayuu. En otras palabras, el matrimonio, la justicia y la economía wayuu están profundamente marcadas por la competencia mestiza con el mundo afro, que moldeó el territorio desde la resistencia y la reinvención.


Reconocer la competencia mestiza en La Guajira implica descolonizar la mirada y admitir que la cultura Wayuu —símbolo de resistencia y autonomía— también es resultado de encuentros, mestizajes y mimetismos con el África cimarrona. La memoria afro ha sido disuelta en la narrativa dominante, pero sus huellas están ahí: en el chivo como capital, en la manta como abrigo ritual, en la danza de la Yonna, en la palabra como ley y en los pactos entre clanes por vía materna. Es hora de reivindicar estas memorias cruzadas como parte del patrimonio guajiro; no como anexos, sino como cimientos invisibles de su identidad. En el entrecruce de África y La Guajira, no hay subordinación, sino creatividad: un mestizaje que compite, reinventa y persiste.

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