El exceso de autocrítica está hundiendo a Gustavo Petro
- Acta Diurna
- hace 1 hora
- 3 Min. de lectura
Por: Germán Peña Córdoba

Expresar claramente y sin ambajes "me equivoqué", resulta ser la palabra más difícil de pronunciar por parte del ser humano. No basta solo con el pronunciamiento de la frase, si no, la ostensible disposición de corregir a partir de la aceptación del error y su correspondiente rectificación. Se puede cometer un craso error como el que cometió desde el punto de vista estratégico el general Marcos Licinio Craso en la batalla de Carras en guerra de los Romanos contra los Partos. De allí su nombre: craso error. De cometer fallos no nos escapamos los mortales y en consecuencia perpetramos el error que puede ser garrafal o imperdonable, pero lo importante es tomar los correctivos para subsanarlos y no convertirlos en equivocaciones permanentes y reiterativas, porque la reiteración se convierte en algo inaceptable.
Con los años se acepta con mayor facilidad el yerro, puesto que estamos cansados de cometerlos y dispuestos a no conocer nuevos errores o caer en el permanente desacierto. El error es humano e involuntario, es un desliz, un lapsus de difícil reconocimiento cuando la terquedad domina.
Todo lo anterior para expresar lo siguiente: el ejercicio de la política no se encuentra exenta que el gobernante cometa errores.
Se llega a la política por dos razones fundamentales:
La primera porque, quien ingresa a ella siente que tiene que defender unos intereses personales, un afán de enriquecerse él y su entorno. En una plutocracia como la nuestra el poder es heredado, no existen convicciones políticas y se mira la política como un negocio para enriquecerse con los dineros del Estado. En este caso no se propugna por defender los derechos del pueblo, como objetivo superior. Otros son políticos de origen humilde que cuando llegan se olvidan de sus orígenes y se ven permeados por la ambición y la codicia. Aquí se ubica la clase política tradicional que hoy no quieren las reformas. Se niegan aceptar que el país cambió.
Pepe Mujica decía que ese de tipo de políticos con ambiciones personales, deben estar por fuera de la política. Que se dediquen a sus negocios personales y empresariales, que eso no es algo malo ni es condenable. Pero hay tenerlos fuera de la política, no eligiéndolos.
La otra razón tiene que ver con las fuertes convicciones que se siente para ejercer la política como una sana actividad en favor del pueblo. Cuando se quiere cambiar la vida de millones de personas se puede cometer errores o equivocaciones puntuales; pero lo primero es el pueblo como magno objetivo. En este contexto de cambio se ubica el presidente Gustavo Petro. Lo anterior no es la forma de actuar de un Álvaro Uribe Vélez, un Germán Vargas Lleras, un Iván Duque o una María Fernanda Cabal, que son políticos tradicionales con agenda propia. Si se estudia la historia, la vida y el trasegar de Gustavo Petro, se deduce que ha sido consecuente con su accionar político. Pero no está libre de cometer errores o equivocaciones puntuales con su equipo, que en muchos casos no actúan en consonancia con su férrea concepción del mundo. Reconocer Petro de manera diáfana, que se ha equivocado en algunos nombramientos, es un acto honesto que merece ser destacado, más cuando hoy, con la inversión de valores que existe, sería catalogado políticamente incorrecto.
Pero como decía al comienzo, no se puede ser reiterativo en el error, porque eso tiene un costo político que los enemigos sabrán capitalizar de la manera más eficaz. Es difícil armar un buen equipo cuando se tiene ideales, cuando se quiere un cambio profundo y estructural. Es fácil armar equipo cuando se quiere que nada cambie, que todo siga igual y, su equipo es cómplice de las ambiciones y las codicias del gobernante.
Una llamada oposición condenada por sus posturas a ser los malos del paseo y que en vez de esperanza brindan zozobra, porque se oponen a todo de manera ciega, sin proponer nada, no desaprovechará los yerros para convertirlos en errores garrafales y de paso sus heraldos de los medios los multiplicarán, pues es hoy su función. Para ellos el constante reconocimiento de honestas equivocaciones son un bocado de reina, un bocatto di Cardinalle, que disfrutarán y saborearán como quien en su boca diluye un delicioso manjar.
En este orden y de ahora en adelante quien enarbola la bandera del cambio es Gustavo Petro, el político honesto que se le identifica con la esperanza, debe borrar de su discurso cotidiano la reiterada expresión: ¡me equivoque!