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¿Cuál libertad?, ¿Cuál orden?



El 4 de julio se cumplirán 32 años de haber sido promulgada la “nueva” Carta Magna y aún no sabemos con certeza si era la carta que esperaba ansiosamente el coronel Aureliano Buendía.


La Constitución del 91 que prometió sacarnos del Estado débil para ampliar y garantizar derechos, especialmente de minorías olvidadas y bastos sectores sociales históricamente marginados, sigue siendo para estos una canción de la “esperanza” que pocos quieren escuchar.


Si le permitieran a Doña Constitución verse al espejo se daría cuenta que no es tan cierta la fama que le indilgan de ser la “Señora Ley”. Comprobaría con sus ojos que es una loba domesticada envejecida a sus 32 años.



La Constitución del 91 es un híbrido formalista, contradictorio, ambivalente, dicotómico e inexplicable. Por un lado se consignó un generoso catálogo de derechos y de mecanismos para hacerlos efectivos, pero por otro lado abrió las puertas de par en par al neoliberalismo. Sirvió como instrumento para la política de privatización de servicios esenciales como el agua y la energía eléctrica, que son función social del Estado; venta de las empresas públicas, desregulación de los mercados, liberación del comercio internacional y eliminación a las barreras a la inversión extranjera.


¿Cuál derecho a la vida? Se preguntan los dueños de las EPS, mientras ocurrían simultáneamente los falsos positivos.


¿Cuál libertad e igualdad ante la ley? Si para que haya libertad debería haber, al menos, una relativa igualdad económica…¡Equidad! ¿Cuál libertad e igualdad? Si persiste la discriminación por sinrazones de raza. Acaso los negros no tienen que partirse la jeta como boxeadores o ganar un título como goleadores de la liga profesional para ser reconocidos como personas. Acaso una negra tiene derecho a ser vicepresidenta. ¡Que igualada la tal Francia esa!


¿Cuál libre desarrollo de la personalidad si seguimos mirando a las Lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales como bichos raros.


¿Se prohíben la esclavitud, la servidumbre y la trata de seres humanos en

todas sus formas? Pregúntele a los negros que se parten el lomo en los cañizales del Valle del Cauca si son libres. Pregúntele a los peones de fincas y haciendas, si lo son. Pregúntenle a una empleada doméstica.


Pregunten si no siguen asesinando selectivamente a líderes campesinos, líderes de comunidades afro e indígenas y defensores de derechos humanos por sus convicciones ideológicas. Pregunten si no siguen asesinando periodistas por revelar la verdad. Pregunten si es verdad que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.


Pregúntenle a Sarmiento Angulo si cualquier colombiano viajero por motivos de trabajo o turismo puede circular libremente por el territorio nacional, si antes no paga para pasar el cerco de los peajes.


Pregunten si hay oportunidades de educación y trabajo para todos. ¿Acaso no hay bachilleres ganándose el sustento diario haciendo domicilios en bicicleta o rebuscándose con el moto taxismo? ¿Acaso no hay profesionales de pre grado conduciendo taxis por tarifa o atendiendo llamadas en un call center? O ¿es falso que hombres y mujeres son desechados como fuerza laboral porque a los 30 años ya son considerados viejos? ¿Acaso el clientelismo politiquero no cambia votos por puestos de trabajo?


56 reformas se le han hecho a La Carta Magna, la mayoría utilizadas como papel regalo para envolver privilegios de los más poderosos que han utilizado las reformas como quien paga y se da los vueltos al mismo tiempo. La Constitución es una colcha de retazos.



Las reformas de Uribe


La ley 50 de 1990, una reforma laboral que derogó conquistas de los trabajadores como la estabilidad laboral. Se suprimió la retroactividad en el pago de las cesantías, la estabilidad laboral. La 100 de 1993 que privatizó el servicio de salud y hoy deja morir a cientos de colombianos en las puertas de los hospitales.


La ley 789 del 27 de diciembre de ese año. Gracias a esa reforma el día de los trabajadores de Colombia se extiende hasta las 10 de la noche sin lugar a recargo alguno. El pago por trabajo dominical es insignificante y los despidos son muchos más baratos.


Con la Ley 797 de 2003 o reforma pensional, aumentó la edad y el número mínimo de semanas laboradas para el retiro tanto para hombres, como para mujeres.


La Tutela


Fue creada como un mecanismo para proteger los derechos consagrados. ¿No era suficiente la orden magnánima de consagrarlos? La tutela debió ser un instrumento excepcional.


Millones de colombianos adheridos esperanzadoramente a la tutela como si fueran terneros huérfanos o pegados a ella como si se tratara de ganarse el chance con los números cabalísticos del difunto Diomedes, demuestran que el país no cabe en la Constitución.


Según cifras de la Corte Constitucional desde la creación de la carta magna, se han radicado al menos 8.179.094 tutelas y han recibido 14.338 demandas por inconstitucionalidad.


Así mismo y ceñida a su base de datos esta alta corte reveló que con corte a noviembre de 2021, recibió un total de 436.031.


Cifra que se disgrega por número de procesos así: por derecho de petición: 217.025; por salud: 88.133; por debido proceso: 72.984; por derecho a la vida: 27.533; por seguridad social: 25.533; por dignidad humana: 16.315; por acceso a la administración de justicia: 15.210; por trabajo: 9.931, entre otros.


Entre tanto, los datos de la Defensoría del Pueblo revelan que entre enero y septiembre de 2022 se presentaron 109.825 tutelas que invocaron el derecho a la salud, es decir 12.203 tutelas mensuales en promedio, superior en 58,31% a las 7.708 tutelas que en promedio se presentaron en 2021, año en el cual la cifra total de tutelas en salud llegó a 92.499 acciones. Según esa institución, el derecho a la salud, es el segundo más tutelado y representa el 24,47% del total”.



¿Quiénes son dueños de la bandera?


El acontecimiento ocurrió el 20 de marzo, pero queda en el ambiente un nauseabundo olor a azufre. Así pues que a exorcizar se dijo: ¡Achuchornia, achuchornia, achuchornia! ¡que todos los males y los malos se vayan de Colombia.


Deberíamos preguntarles a los gobernadores que utilizaron la bandera colombiana exigiendo libertad y orden, ¿cuál era su verdadero propósito? Si lo que pretenden es que haya verdadera libertad y verdadero orden, el pueblo debería apoyarlos incondicionalmente vistiéndose todos los días con prendas de la tricolor: camisa amarilla con el cóndor herido en el pecho y pantalón largo diseñado con una manga azul y otra roja, porque se entendería que la actual Constitución del 91 no es la panacea. Que es urgente una nueva Carta Magna o, que Petro se quedó laxo con sus reformas.

Pero si es para convalidar la "libertad" y el "orden" de ustedes los privilegiados, o es un mensaje subliminal para el retorno a la “seguridad democrática” de Uribe, entonces vístanse ustedes con el frac del "Tío Sam", o luzcan con orgullo la cruz esvástica del fascismo.


Pero ellos qué van a saber. No conocen la historia. Se les olvida que la bandera colombiana solo los arropa a ellos. Que la mayoría de los colombianos no la sienten suya. Pocos la izan en las conmemoraciones de las fiestas “patrias”. Que solo nos reencontramos en los símbolos patrios con las victorias de la selección de fútbol que nos hace gritar esperanzadoramente: ¡si se puede! Un ruido liberado de las honduras del inconsciente como tratando de vencer el fracaso colectivo cotidiano. Nos reencontramos cuando nuestros parceros ciclistas que engalanan el Tour de Francia llegan al pico de los Alpes con la última exhalación. Cuando los boxeadores negros se ganan la vida con sus puños. Cuando los atletas de la halterofilia se levantan para levantar la carga de los pesares y cando los beisbolistas lanzan con tino el esfuerzo logrado en la Major League Baseball (MLB). Cuando nuestros deportistas se cuelgan las medallas olímpicas o levantan los trofeos.


Cuando un cerebro fugado se instala en la NASA o cuando los desamparados y desplazados por la violencia institucional o por el conflicto armado se reconocen como "hermanos" de la exclusión, acullá, en tierras lejanas y extrañas.


Si leyeran la historia verdadera les daría vergüenza. Los colores rojo y azul, representan a los partidos que partieron al pueblo en dos para que se matara. Mientras los dueños de los trapos rojo y azul celebraban en misa el fratricidio. Con la única diferencia que unos iban a misa dominical de las 7 de la mañana y los otros a la eucaristía de las 9 a.m. ¡Qué lástima! Ni siquiera los colores tienen la culpa.


No señores. Quédense con la bandera de su grandísima finca. Entierren ese cóndor putrefacto. Quédense con su libertad privilegiada y con su orden privado. ¡Déjennos en paz! Ya hemos comido suficiente mierda.



Dizque jugando a las escondidillas usando la bandera tricolor como mampara. No se escondan. No sientan vergüenza. Por sus obras son conocidos.


Cambien el color amarillo por el negro para que al menos recuerden que la democracia nació muerta y que la nación va sobre los hombros suyos camino al cementerio. Ustedes mismos serán los sepultureros.


O si quieren diseñen su propia bandera. Les sugiero una con fondo negro salpicada de rojo. Aunque insisto los colores no son culpables. No necesitan un sastre porque ustedes son un desastre. Ustedes son expertos en descoser, la historia para hacerse un traje de seda aunque el mono se queda. Son hábiles para cortar la verdad en picadillos o volverla flecos

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