Podría hacer cuentas y atreverme a especular, el cuando y por qué pasó, pero eso no creo que ahora ayude mucho. Lo cierto, es que el odio generado por nuestras convicciones políticas, se sigue afincando en el ADN de nuestro pueblo y nadie pareciera escapar de sus estragos. Toleramos todo, menos la certidumbre política del que piensa diferente.
Fiestas, reuniones familiares y de amigos, que concluyen en tropeles, griterías y profundas enemistades; también amores que nunca logran germinar. La máxima pareciera ser, defender nuestras preferencias ideológicas, (aunque solo se trate de seguir a una persona), hasta con la vida, si es necesario. En la actualidad un discurso contrario en política, se asume peor que una mentada de madre.
A nuestros ídolos políticos les perdonamos todo, nada de lo que nos muestren en su contra, es lo suficientemente grave, a cuanta falta le aparezca le encontramos una justificación. Es como si de repente, se nos hubieran olvidado los principios, los valores, la capacidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto. Nos metimos en el peligroso juego del todo vale, y se nos está tornando cada vez más complejo, dejar de jugar.
Y así marchamos, cargados de tigre. Haciendo parte de una película en la que reconocer lo bueno del contrario, nos deja como personas no confiables, y con una especie de chip del ataque, que exige mantener el ritmo, pues lo inverso es sinónimo de debilidad.
Es claro que nuestra sociedad es plural, con intereses diversos e incluso contradictorios, no obstante la política, debería propender por generar los espacios donde esas diferencias se diriman a través de la negociación, el dialogo y el acuerdo. Las posturas radicales, cerradas o inamovibles tienen poco futuro en la democracia, “el todo o nada”, inutiliza el debate, lo sitúa en extremos irreconciliables, lo cual impide que todos cedan para que, al mismo tiempo, todos ganen.
Ahora sí, abramos el debate: ¿Podemos endilgarle a uno o varios líderes, la influencia violenta de cómo estamos entendiendo la política? o ¿se trata de la resulta de un pueblo golpeado por la corrupción y la desesperanza, que encontró en la autoridad y la confrontación la forma idónea de gobernar?. Mi opinión: Mientras sean los hijos directos de la guerra, que sin sanar heridas, lideren al país y disputen el poder, la posibilidad de que Colombia siga inmersa en el lenguaje y el forcejeo radical, es alta. El talante de un líder, llega al ciudadano de a pie, puedo trasmitir la influencia de la violencia en todos sus matices o promover el ideal de paz y concordia entre colombianos, en medio de la diferencia. ¿Qué perfil será el que más conviene?.
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