Por: fernando garcía ortega
El modelo de salud que pide mucha gente es uno en el que usted pueda llegar a cualquier hora a un hospital y un médico lo esté esperando en la puerta de urgencias y lo atienda de inmediato, sin registrarlo, sin hacerle historia y sin presentar la cédula siquiera. Además, es uno en el que se espera que el médico le dé órdenes para los exámenes que usted le exija, los que vio por internet, y no pagar un céntimo.
Allí no para el asunto. Si va por una conjuntivitis, tiene que verlo el especialista del ojo izquierdo de inmediato. Si lleva a su niñito, que tiene el primer vómito de lactante, tendrá que verlo el gastroenterólogo pediatra. Si llega con su madrecita con lumbago de origen postural por veinte kilos de sobrepeso, solo le servirá el ortopedista de columna. Pues bien, ese modelo no existe: ni Bill Gates, ni Sarmiento Angulo lo tienen.
A la plebe no se satisface nada. Todos hablan mal del sistema de salud: los militares y los policías; los empleados de Ecopetrol y de Foncolpuertos; los miembros del magisterio y los profesores de las universidades públicas. Todos ellos pertenecientes a regímenes de excepción, que siempre han tenido todo y más. Así que con EPS y sin ellas las quejas no faltarán. El pueblo culto o inculto es insaciable.
Ahora, si todo es una porquería, me pregunto: ¿por qué los pobres y miserables del régimen subsidiado (que ya no deberían existir hace 20 años) y los del contributivo dicen que no quieren acabar con las EPS cuando les preguntan en encuestas? La respuesta es que no tienen ni idea de lo que es la salud. Creen que les van a quitar el servicio, tienen temor a represalias. Muchos de ellos no saben qué es una IPS o una EPS. Entonces, la educación sanitaria ha fracasado estruendosamente.
Tampoco quieren cambiar aquellos que se han lucrado casi treinta años de unos veinte billones anuales promedio, transferidos por el gobierno a traficantes insuperables en este remedo democrático. Durante quince años se enriquecieron a más no poder. Si hasta los paracos se apoderaron de recursos de la salud para financiar campañas políticas y mantener el statu quo... Pero no solamente ellos, muchos empresarios que posan de señores se han llenado los bolsillos: grandes trasnacionales farmacéuticas, que venden sus medicamentos al Estado con sobrecostos del 200%, 300% y hasta del 1000%: ¡Cipro de Bayer cuesta en Colombia 180.000 pesos y en Malasia, 20.000 ! ¡Que algún genio explique la razón técnica para que ello pueda ocurrir y nadie dijera ni mú durante 20 años! Ni siquiera ministros de Salud que lo toleraron y auspiciaron.
No obstante, queda lo más importante: por cuantiosos recursos que tenga el sistema, no hay presupuesto que alcance si el gremio médico, sí señores, no deja de comportarse como una sanguijuela, exprimiendo hasta la última moneda de manera absolutamente inescrupulosa. Tenemos que restaurar la ética y formar a los médicos para que garanticen honestidad, calidad y calidez en la atención a los enfermos. Los que tenemos hoy son de codicia insuperable, arrasando con billones, desperdiciados en cirugías mal hechas por miles, muchísimas innecesarias, otras sobrefacturadas o, peor aún, cobradas a pacientes inexistentes. Las pérdidas en materiales de osteosíntesis y dispositivos médicos pagados a diez veces su valor real son escandalosas. Es que los carteles de la hemofilia, del cáncer, de la ortopedia y del SOAT no son nimiedades.
Existen cientos de IPS dirigidas por voraces mercaderes y atendidas por atracadores con bata, hampa de cuello blanco. ¿O cómo catalogar a un médico que se presta a realizar cirugías de todo orden a cualquier accidentado en un accidente de tránsito sin necesitarlas? ¿O que le solicitan 10 tomografías con reconstrucción en 3D y tan pronto se comen 26 millones de pesos de la póliza de accidentes en 24 horas mandan al paciente en un taxi al hospital público para que allí se asuma la atención y le cobren a una EPS endeudada y a punto de cierre? ¿Qué decir de ciertos intensivistas que llenan las UCI con pacientes en estadio terminal sin posibilidades de recuperación y los mantienen pegados a un ventilador, con muerte cerebral, tan solo para facturar servicios?
¿Cómo llamar al malgeniado doctorcito que en el hospital público está reubicado para no laborar por enfermedad profesional desde hace diez años, pero en la clínica privada sí opera lo que llegue a la hora que sea? ¿Y qué del colega inescrupuloso que reubicó al anterior, en vez de incapacitarlo y darlo de baja para trabajar y pensionarlo como debería hacerse? ¿O cómo llamar al cirujano de turno en el hospital público que deja morir a una niña de seis años por una peritonitis, porque estuvo de turno en otra clínica el día anterior y estaba muy cansado para atenderla cuando llegó a las tres de la mañana?
Y podría seguir con miles de casos con oncólogos, neurocirujanos, ginecólogos, hematólogos, reumatólogos, gastroenterólogos y todos los ólogos, a cual más de irresponsables y antiéticos. Sin embargo, vamos a asumir que solo el 10% de los profesionales médicos son deshonestos: estaríamos hablando de casi 15.000 individuos delinquiendo impunemente, que hoy desangran este y cualquier sistema.
Ahora, si hablamos de los odontólogos maxilofaciales, no se quedan atrás: llenando de tornillitos de millón de pesos cada uno a pacientes que no los necesitan. Y las enfermeras que se inventan los signos vitales y le hacen copy paste a todos los pacientes que tienen en el turno y se acuestan a dormir, después de apagar las alarmas de llamado a la central de enfermería. Eso es inmoral a morir, ha costado cientos de vidas. Y allí no para el asunto, los laboratorios clínicos a los que hoy les pagan miserias se inventan los cuadros hemáticos, los uroanálisis y estudios que en los volúmenes solicitados cuestan millonadas y no sirven porque las decisiones que tome el médico con dichos exámenes son desacertadas, basadas en datos falsos.
Es cierto que las EPS ganaron mucho dinero en los primeros tres o cuatro años, pero en la actualidad no hay plata que resista el gasto inveterado de un gremio corrupto, mal pago en general, mal preparado y sin escrúpulos. Algunos especialistas ganan dinerales ejerciendo su posición dominante y considerando mala remuneración cualquier salario de hospital público. En muchas regiones del país solo atienden si le pagan a destajo y por adelantado. Claro que a ese "caballero" no le importa que lo pongan en nómina, con prestaciones, porque se mete 70 u 80 millones mensuales al bolsillo.
Cada vez que se “quiebra” una EPS, de las que saquearon el erario público, con anuencia de "grandes políticos", o se cierra una IPS, el aporte de los médicos y otros profesionales de salud inmorales a más no poder fue muy grande, porque por desgracia no son pocos. Se cuentan por millares.
Al proyecto hay que hacerle ajustes, hay que acabar con la intermediación. Basta de creer mentiras de la prensa servil y progodarria: Petro no quiere acabar con la salud de los colombianos. Ya se sabe quiénes están en este montaje de desinformación y mentiras para recuperar el poder político y perpetuar la corrupción y miseria que han sembrado por siglos. Mañana quién sabe qué le inventarán a la ministra Corcho: que lo propuesto por gobierno lo copió de alguien, que es comunista. Si bien es cierto que el actual modelo de atención en salud no es el mejor del mundo, también lo es que no es tan malo como clama la gleba.
Las culpas las tenemos todos, por acción y por omisión. Así que tenemos que moralizarnos frente a lo público y a lo privado, y frente a la vida. Hay que mirarnos en el espejo y ver cuántá de toda esta tragedia nos corresponde a cada colombiano, médicos y no médicos, profesionales y técnicos, auxiliares y personal de logística y enmendar nuestros errores. Y quien esté exento de culpa, que tire la primera piedra
Si hubiésemos cambiado estas formas de delincuencia hace 25 años, no tendríamos los problemas que nos agobian actualmente, pero ya es hora, hay que parar el asunto y reiniciar con entereza y con entusiasmo, o dentro de diez años se habrán perdido otros diez billones.
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