top of page

Niños migrantes: una lucha incansable por un futuro seguro

Por: Luis F. Camacho V.



Un futuro Incierto


Con determinación y un corazón lleno de anhelo, Aurora se prepara para un viaje a Cúcuta a buscar los medicamentos tan necesarios para su hija. Los pasajes de autobús son adquiridos por su hija mayor: Génesis. Desde Tulcán hasta Ipiales llega caminando, únicamente con una pequeña maleta en su espalda.


A las diez de la mañana sale de Ipiales. El viaje a través de las montañas y valles es una mezcla de emociones encontradas. La belleza natural de la región contrasta con la ansiedad en el corazón de Aurora. Ella quisiera que las distancias fueran más cortas, que en un abrir y cerrar de ojos estuviera en Cúcuta con los medicamentos que tanto necesita en la mano y tomando su bus de regreso.


Las imágenes que cruzan por su mente, una tras otra, se enfocan en su hija, Yainni. Incluso los recuerdos más inesperados se aparecen por un instante, dejando una huella en su mente y en su corazón: desde el día en que nació su hija, hasta verla jugar con sus primos y amigos, en los brazos de su tío, Juan Carlos, o yendo a la escuela allá en Venezuela.


En medio de todos esos recuerdos fugaces, que pasan como un tren generando un choque de emociones, llega el recuerdo del momento en que ella y su hija decidieron salir de Venezuela.


Esa idea de migrar estaba presente en la mente de Aurora desde un año atrás del viaje, pero no se habían dado las cosas. No tenían quién las acompañara. No tenían a dónde ir. No había quién las recibiera en otro país. Sin embargo, el viaje llegó a ser impostergable, tenía que salir junto a su hija.


Ser migrante es muy difícil. Pero ser un niño migrante es aterrador. Hoy en día es muy frecuente ver miles de niños que atraviesan fronteras y océanos en busca de un futuro que a decir verdad es incierto. Lastimosamente, la migración, ese acto de valentía y desesperación, afecta en gran medida a los más vulnerables entre nosotros: los niños. Es una lástima que ellos tengan que dejar atrás todo lo que conocen, enfrentando lo desconocido con sus corazones llenos de esperanza, pero también de miedo, de tristeza, de resignación.


El viaje de Tulcán a Cúcuta, el terminal, el bus, también le hizo recordar el día en que decidió cruzar cordilleras emocionales y geográficas para asegurar el bienestar de su hija, dejando atrás su amada ciudad, Maracay, junto con los recuerdos de calles, familiares y canciones de la infancia. En ese momento lo único que les recomendó un amigo fue viajar a Ecuador: “porque allá hay buen trabajo y pagan bien”.


Poco a poco Tulcán se convirtió en su refugio y su desafío. Los días en esta nueva ciudad se tejen con esfuerzo. Cada trabajo, cada sacrificio, son una prueba de supervivencia y amor.


Yainni, con su cabello oscuro y sus ojos llenos de determinación, carga con algo más que las esperanzas de su madre: sufre de epilepsia, una enfermedad que le ha conllevado sus propios desafíos en la vida. Aurora, como muchas madres migrantes, se aferra a la determinación de darle a su hija la oportunidad de una vida mejor. Los medicamentos que necesita Yainni, como pequeños tesoros, son buscados con diligencia y amor.


Cuando le piden a Aurora que asista a una casa para cocinar, hacer aseo, arreglar ropa, no lo piensa dos veces. Madruga, cocina en su casa lo que puede, lo que hay. Luego lleva a su hija a la escuela y de ahí se va a trabajar.


En medio de esta batalla, la idea de viajar a Estados Unidos como una oportunidad dorada pasa muchas veces por la mente de Aurora. Pero, los rumores de sueldos más generosos se entrelazan con los miedos de un viaje incierto, complicado. El Darién se cruza en las posibilidades de Aurora como una frontera infranqueable. Recuerda las dificultades que enfrentaron en su camino de Venezuela a Ecuador, los días de hambre y frío nunca desaparecerán por completo de su memoria.


Yainni, por su parte, trata de llevar la vida lo más normal posible. Hay niños en la escuela que le dicen cosas feas. Pero ella es fuerte. Estudia y juega como los demás. La mayoría de veces es la dueña de la casa en la que viven, la señora Paola, la que la recoge en la escuela y la lleva a casa mientras llega su mamá.


Miles de niños venezolanos tienen que enfrentarse constantemente a la migración; no solo a tener que viajar en condiciones deplorables, a exponerse a viajar en una tractomula o a caminar bajo el sol, el agua, con demasiado frío o con mucho calor. Incluso, hay bastantes niños en riesgo de apatridia. Hay niñas de 13 años embarazadas y sin el apoyo de sus parejas ni de ningún familiar. Niños reclutados, adolescentes expuestos a la trata de personas. Hay muchos niños pidiendo limosna en la calle o trabajando por una miseria para ayudar a sus familias. Cansados, deshidratados. Niños desaparecidos en las fronteras[i]. Niños que cometen delitos. Niños bajo custodia del ICBF[ii]. Y niños abortados.


El camino de los niños migrantes está lleno de desafíos que van más allá de las fronteras físicas. La educación y la salud prácticamente son lujos inalcanzables para muchos, mientras la vulnerabilidad los expone a situaciones realmente peligrosas como los “hinchas”, nombre que le dan a esas bandas que se aparecen en la carretera para atacar y robar a los migrantes. El viaje es un testimonio de coraje, un paso incierto hacia un futuro que promete más de lo que en realidad puede garantizar.


La batalla por la esperanza


La migración de Aurora y su hija Yainni es una travesía marcada por la esperanza y la lucha. Desde su partida de Maracay en 2018, enfrentaron obstáculos inimaginables en su búsqueda por un futuro más seguro en Tulcán. En la nueva ciudad, Aurora trabaja incansablemente en empleos temporales, cada jornada representa un pequeño paso hacia la estabilidad que anhela para su hija.


Yainni lleva consigo la carga de la epilepsia, mientras que Aurora, con su corazón de madre, se esfuerza por conseguir los medicamentos que le permiten a su pequeña vivir una vida tranquila. Esto es un reto monumental en su situación.


La incertidumbre y los desafíos que Aurora y Yainni enfrentan en Tulcán son enormes, pero al menos tienen un techo sobre sus cabezas gracias a la señora Paola, que les cobra muy poco por el arriendo e incluso les ayuda con comida de vez en cuando.


Los días para ellas pasan lentamente y, con cada amanecer, Aurora se enfrenta a la dura realidad que tantos otros padres y madres migrantes conocen muy bien: La necesidad constante de equilibrar el trabajo, la salud y la seguridad de sus hijos. Muchos niños venezolanos y de tantos otros países en el mundo comparten esta difícil realidad, esta inmensa dificultad para recibir sus medicamentos, sus exámenes médicos o incluso las cirugías que les permitan tener una vida digna, sana, que les brinde la posibilidad de vivir tranquilamente.


En medio de esa lucha diaria, la situación se complica cuando la salud de Yainni comienza a deteriorarse. Aurora agota todas las opciones para conseguir los medicamentos necesarios.


En esta búsqueda desesperada recurre a sus dos hijas en Cúcuta en busca de ayuda y una de ellas, aún con su propia escasez económica, le promete ayudarles a conseguir los medicamentos, una luz de esperanza en medio de la oscuridad que se cierne sobre ellas.


Un camino interrumpido


En medio de la crisis, Aurora recibe una llamada de su hija, quien le confirma su apoyo con los medicamentos para Yainni. Un impulso más para buscar el bienestar de su hija. Una nueva oportunidad para que todo tome su cauce normal, para que la tranquilidad, en medio de todo, vuelva a acompañarlas.


La llamada de Génesis trae un atisbo de alivio para Aurora, pero también desencadena una serie de eventos que cambiarían el rumbo de su historia. Con determinación y un corazón lleno de anhelo, Aurora se prepara para un viaje a Cúcuta a buscar los medicamentos tan necesarios para su hija. Los pasajes de autobús son adquiridos por Génesis.


El viaje a través de las montañas es magnífico, pero el paisaje vívido solo contrasta con el paisaje oscuro de su corazón. Quisiera que ese viaje sucediera en minutos. Volver feliz. Pero no es así, ese viaje no fue muy lejos. En medio de la travesía, suena el celular de Aurora. Una llamada que lo cambia todo. La voz al otro lado de la línea anuncia que Yainni ha tenido una recaída grave. Ha convulsionado y está en el hospital.


El anhelo de reunirse con su hija en Cúcuta se ve opacado por la urgencia de regresar a Tulcán. El corazón de Aurora late con la angustia de una madre que siente que el tiempo se agota. En Cali tiene que tomar un nuevo bus para deshacerse del recorrido que acababa de realizar. ¿Quién cuidaría de su hija en el hospital? Ahora, al regresar, más que la angustia son las lágrimas las que tienen que salir. Tal vez cuando llegue a Tulcán su hija ya estará bien, recuperándose. Pero, cuando llega, la cruda realidad la recibe con un doloroso abrazo: ya es demasiado tarde.


El legado de la esperanza


Las calles de las ciudades fronterizas como Tulcán se llenan con historias de esperanza y desesperación, de niños que venden su tiempo y energía por un puñado de monedas y de madres que sostienen el mundo en sus hombros cansados.


Aurora mira al horizonte con lágrimas en los ojos y el corazón roto. Pero su relato, aunque doloroso, resuena con un mensaje de lucha y resistencia. La historia de Aurora y Yainni es la historia de miles de padres y niños migrantes que enfrentan desafíos abrumadores en busca de un futuro mejor.


Lastimosamente, la historia de Yainni también nos recuerda la de tantos niños migrantes que mueren por no poder acceder a servicios de salud, lo cual es un llamado a los Gobiernos, a las organizaciones, a la sociedad, para no ser indiferentes ante esta realidad.


Aunque la esperanza se esfumó en ese día cruel, el legado de Aurora y Yainni continúa. Su historia puede inspirar a otros a reconocer la humanidad en aquellos que dejan todo atrás en busca de seguridad y oportunidades. En cada niño migrante, en cada madre que lucha por sus hijos, vive la llama de la esperanza, recordándonos que la compasión y la solidaridad trascienden las fronteras.


La historia de Aurora y Yainni es solo una pieza del rompecabezas más grande, una narrativa compartida por miles de padres y niños que luchan día tras día por encontrar un lugar en este mundo que se hace cada vez más inestable, que cierra siempre con más frecuencia las puertas a los más pobres.


Es increíble salir a las calles de Ipiales, o de cualquier ciudad del mundo, y ver tantas personas pasando enormes necesidades. En Ipiales es terrible pensar en el frío al que se enfrentan especialmente los migrantes. Un día cualquiera salgo al centro de la ciudad, en medio de las calles saturadas de personas, de puestos de comida, a las seis de la tarde, y encuentro, recostados contra las paredes, en los andenes, familias de migrantes pidiendo comida. Veo niños, niñas y adolescentes con una cobija encima preparándose para pasar una noche helada en la calle. ¿Por qué sucede todo esto? ¿Por qué tanta desigualdad en el mundo? ¿Cómo pueden soportar todas estas personas este sufrimiento? ¿Y qué puedo hacer ante tanta necesidad?


En medio de esa realidad tan difícil, de la oscuridad, es bueno recordar que la luna sigue brillando en el cielo, como un faro de esperanza para todos aquellos que sueñan con un mundo donde los niños no tengan que sufrir, donde los padres no tengan que sacrificarlo todo por un futuro incierto. Porque mientras haya lucha, amor y la determinación de cambiar las circunstancias, la esperanza nunca se apagará.


La migración de niños es una llamada de atención global, urgente, a la reflexión sobre la fragilidad de la infancia en este mundo “moderno”. Cada niño, como un pequeño barco en aguas turbulentas, merece un puerto seguro y un futuro lleno de oportunidades. Aurora y Yainni representan a tantas familias migrantes de Venezuela, Colombia o cualquier país de África o Centroamérica, y sus luchas resuenan como un eco de la resiliencia de los niños que, a pesar de todo, siguen adelante en su búsqueda de un lugar al que llamar hogar.

bottom of page