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La playa en Barranquilla donde las olas son imaginarias

Foto del escritor: Acta DiurnaActa Diurna

Por: Alvaro Andres Cotes Cordoba



En el realismo de Barranquilla y todas las ciudades capitales del Caribe colombiano, como los de La Guajira, Santa Marta, Valledupar, Cartagena, Montería y Sincelejo, siguen existiendo los mismos personajes del ficticio mundo de Macondo, creado por Gabriel García Márquez en el libro Cien Años de Soledad, una prueba más de la mezcolanza que hizo el escritor, que luego alguien le puso el nombre de realismo mágico.


Por ejemplo, en Barranquilla existe uno que pareciera poseer las personalidades de tres de la misma novela y nos referimos a uno con las personificaciones de Melquiades, el Coronel Aureliano Buendía y Mauricio Babilonia.


Por Melquiades, porque tiene el espíritu de un gitano, un vendedor de humo, el que te vende hasta lo que no necesitas ni es vital para ti, pero que además, debes pagarle una cantidad de dinero mucho más grande de lo que realmente vale lo que te vende, para justificar el gasto enorme que saca del cofre que es del mismo pueblo macondiano.


Por Mauricio Babilonia, porque posee una característica muy excepcional de ser constantemente seguido por enjambres de mariposas amarillas. Y por el Coronel Aureliano Buendía, porque es el segundo hijo de la familia y la primera persona que nace en Macondo. Tiene la mentalidad y naturaleza filosófica de su padre, puede pronosticar acontecimientos, posee una extraña manera de ser solitario y retraído, aunque de un carácter implacable. Desde su niñez sigue teniendo el poder de mover objetos y suscitar situaciones similares a fenómenos paranormales. Aprende metalurgia y platería, y se dedica a fabricar pescaditos de oro.


Una de las últimas invenciones con la que mantiene maravillado al pueblo Macondo de Barranquilla, fue la construcción de un balneario en una ciénaga pantanosa, para lo cual trajo camionadas de arenas de múltiples playas vírgenes y numerosas toneladas de sal de las minas de Manaure, que luego echó alrededor y dentro del agua dormida, para que pareciera una playa incomparable ni siquiera con las playas naturales de Santa Marta y Cartagena e incluso con la del balneario de El Rodadero, con la única y pendejada condición de que el agua es cristalina si no se le revuelve el suelo y de que, cuando los incautos macondianos paguen para ingresar a ella a través de un bus ferrocarrilero que llamó tren, cuando estén frente a ella y tomando sol, se imaginen venir las olas a la orilla como un espejismo, porque con los 40 millones de dólares, es decir, más de 160 mil millones de pesos, no fue posible encontrar quien les vendiera las olas, para hacerla ver como una verdadera playa de nuestro Caribe mágico colombiano.

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