Ambas especies habrían chocado en distintos puntos de Próximo Oriente y Europa Occidental por el dominio de las zonas de caza. Fue una disputa familiar. Primos-hermanos enfrentados por la supremacía. La guerra duró más de 100.000 años, hasta que una de las dos facciones claudicó. Ese fue su final. En realidad, fue mucho más. Fue el final de toda una especie, la del Homo Neanderthalensis, que cedió ante el empuje del Homo Sapiens.
Ambos grupos tuvieron un origen común y se separaron en África hace alrededor de 600.000 años. Aún así, coincidieron de nuevo, especialmente en Oriente Próximo y Europa occidental. “La biología y la paleontología pintan un panorama oscuro. Lejos de ser pacíficos, los neandertales probablemente eran luchadores hábiles y guerreros peligrosos. Y su único rival eran los humanos modernos”, señala el investigador e la Universidad de Bath Nicholas R. Longrich en un artículo publicado en The Conversation
Como los Sapiens, los neandertales eran cazadores especializados en caza mayor. “Los depredadores que se encuentran en la cima de la cadena alimentaria tienen poca competencia, al menos hasta que aparecen otras especies similares y se inicia el conflicto territorial por las zonas de caza”, señala el experto.
Las disputas por la tierra son habituales en los humanos y también se ven con asiduidad entre los chimpancés, que se unen “para atacar y matar a los machos de bandas rivales, un comportamiento sorprendentemente parecido a la guerra humana”. “Esto implica que la agresión cooperativa evolucionó en el ancestro común que compartíamos con los chimpancés hace unos 7 millones de años. De ser así, los neandertales habrán heredado esta misma tendencia a la agresión”, añade.
Estos dos tipos del género Homo no solo comparten el 99,7% de su ADN y tiene cráneos y esqueletos similares, también sus comportamientos son parecidos. “Usaron el fuego, enterraban a sus muertos, crearon joyas con conchas marinas y dientes de animales, hicieron obras de arte y santuarios de piedra”, apunta Longrich. La misma teoria la explica el profesor Bienvenido Martínez-Navarro, investigador del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social, en su libro El sapiens asesino y el ocaso de los neandertales, que salió a la venta en septiembre.
“Si los neandertales compartían tantos de nuestros instintos creativos, probablemente también compartieran muchos de nuestros instintos destructivos”, explica. Las investigaciones arqueológicas han determinado que nuestros primos-hermanos eran hábiles cazadores que usaban lanzas para derribar ciervos, íbices, alces, bisontes e incluso rinocerontes y mamuts.
El paleontólogo de la Universidad de Bath destaca que las evidencias óseas tanto de Sapiens como de Neanderthalensis “suelen mostrar traumatismos craneales” que podrían haber sido producidos por garrotes, “unas armas rápidas, potentes y precisas”. “Otro signo de guerra es la fractura en la parte inferior del brazo causada al protegerse de los golpes”, asevera.
Al menos un neandertal, hallado de la cueva Shanidar, en Irak, fue empalado con una lanza en el pecho. “El trauma era especialmente común en los varones jóvenes de Neandertal. Algunas lesiones podrían haberse producido en la caza, pero los patrones coinciden con los pronosticados para un pueblo involucrado en guerras entre tribus: conflictos prolongados e intensos a pequeña escala, guerras dominadas por incursiones y emboscadas al estilo guerrillero, dejando las batallas a gran escala como algo raro”, explica Nicholas R. Longrich.
“La mejor evidencia de que los neandertales no solo lucharon sino que se destacaron en la guerra es que nos conocieron y no fueron invadidos de inmediato. Durante unos 100.000 años, los neandertales resistieron la expansión humana moderna. ¿Por qué más el Homo Sapiens habría tardado tanto en salir de África? No porque el ambiente fuera hostil, sino porque los neandertales ya estaban prosperando en Europa y Asia”, indica.
El crecimiento de la población de humanos modernos, señala el investigador, inevitablemente los habría obligado a adquirir más tierra para garantizar suficiente territorio para cazar y buscar comida para sus hijos. Eso habría llevado al conflicto. ”Durante miles de años, quizás pusimos a prueba a sus guerreros, y fuimos perdiendo. En armas, tácticas o estrategia estábamos bastante igualados”, afirma.
Los neandertales, según Longrich, probablemente tenían ventajas tácticas y estratégicas. Habían ocupado el Próximo Oriente durante milenios, lo que les habría dado una ventaja sobre el terreno. Además, su complexión musculosa los convertía en “luchadores devastadores en el combate cuerpo a cuerpo”. E incluso podían tener otra ventaja. “Sus enormes ojos probablemente les dieron una visión superior con poca luz, permitiéndoles maniobrar en la oscuridad para hacer emboscadas o incursiones al amanecer”.
Con el tiempo, el Homo Sapiens habría evolucionado para dar la vuelta a la situación. “Es posible que la invención de armas de rango superior (arcos, lanzas, garrotes) permitiera que los humanos modernos de complexión liviana hostigaran a los fornidos neandertales desde la distancia. O quizás tenían mejores técnicas de caza y recolección que les permitieron alimentar a tribus más grandes, obteniendo superioridad numérica en la batalla”, teoriza el paleontólogo.
Esto no habría sido una guerra relámpago, sino una larga guerra de desgaste “Se necesitaron más de 150.000 años para conquistar las tierras neandertales. Al final ganamos. Pero esto no se debió a que el Homo Neanderthalensis estuviera menos inclinado a pelear. Lo más probable es que nos volviéramos mejores en la guerra que ellos”, concluye.
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