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Falsedad ideológica

Por: Pascual Gaviria Uribe



El juicio prometía ser una interesante batalla entre dos partes poderosas: una máquina de mentiras vs. una máquina para contar votos. La cadena Fox News demandada por la empresa Dominion Voting Systems por 1.600 millones de dólares. Luego de triunfo de Joe Biden en 2020, el derrotado e iracundo Donald Trump se dedicó a convencer a sus electores que había sido despojado de la victoria. Solo un fraude podría haberlo privado de su Make America great again por cuatro años más. Las empresas encargadas de contar los votos tenían, según Trump, un papel protagónico en el asalto a la voluntad popular. Pero no hubo combate, apenas unas horas antes del inicio del juicio la cadena llegó a un acuerdo con su contraparte para pagar 787 millones de dólares. El precio de la mentira, titularon algunos diarios.



La reputación de un privado logró un precedente para las obligaciones de los medios y los límites a la libertad de expresión. Desde 1964 la Corte Suprema de Estados Unidos definió un altísimo nivel de protección a la libertad de expresión con miras a una discusión pública “desinhibida, sin trabas, vigorosa y abierta”. De modo que las mentiras tienen un amparo constitucional, las “manifestaciones inexactas y difamatorias” son necesarias para el debate público y la búsqueda de la verdad, y la amenaza con millonarias indemnizaciones solo lograría afectar el debate público, dijo la Corte en su momento. Pero Fox News fue un paso más allá en su objetivo de cuidar una audiencia construida con algo de furia y ficción.


En el fallo de 1964 la Corte Suprema defendió las mentiras pero no el ánimo deliberado de mentir. Solo la malicia o la absoluta despreocupación por la falsedad pueden implicar sanciones y límites para quienes propagan hechos que no se ajustan a la realidad. No es fácil demostrar que los medios mienten de manera consciente. Pero en este caso los abogados de Dominion Voting Systems tenían miles de comunicaciones privadas de quienes manejaban la máquina de mentiras.


Casi todos ellos, desde Rupert Murdoch, el dueño, pasando por los editores y los “predicadores” de todos los días, sabían que estaban mintiendo. Murdoch trataba de “tonterías” lo que decían los abogados de Trump y admitía que sus presentadores habían llegado demasiado lejos, pero la cadena seguía difundiendo las acusaciones como si fueran sentencias.


Tucker Carlson, su presentador estrella, despedido hace unas semanas a pesar de reunir todos los días a tres millones de televidentes, lo decía muy claramente durante el cubrimiento de las elecciones del 2020: “Dedicamos nuestras vidas a construir una audiencia y la están destrozando en solo unos días”. Lo escribía en los correos privados a sus más cercanos compañeros de set. Se trataba de entregar la dosis diaria de mentiras e indignación a sus espectadores, un refuerzo de certeza a sus prejuicios.



El reproche era para los periodistas de la cadena que se habían atrevido a dar ganador a Biden en estados sobre los que Trump ponía el sello de fraude. Carlson decía además que las fuentes que cubría no eran creíbles, pero luego las cubría de credibilidad con sus apariciones diarias. En privado decía odiar a Trump, lo consideraba repulsivo y mentiroso, pero en la pantalla peleaba por sus falsedades. Más que un asunto ideológico se trataba de una estrategia de mercadeo.


El detrás de cámaras aseguraba una condena y una vergüenza extra para Fox News: pensar en las horas de lectura de las comunicaciones privadas hicieron que pagar fuera más barato. De aquí en adelante las salas de redacción cuidarán con celo las discusiones internas. La conclusión puede resultar paradójica: Solo quienes estén absolutamente convencidos de sus mentiras, tendrán derecho a propagarlas.

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