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Cuando los enemigos de Colombia son sus propios precandidatos

Por: Stella Ramirez G.


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Los países son como las casas. Se habitan, se cuidan, se reparan desde adentro. Y cuando hay goteras, cuando algo no funciona, quienes verdaderamente aman su hogar lo enfrentan, lo reparan y lo transforman.


Pero hay otros —los peores— que, en lugar de arreglar lo dañado, van a la casa del vecino a gritar que intervenga: que la suya apesta, que todo está podrido, y que además —según ellos— los demás habitantes que son sus hermanos “meten vicio”, sin tener pruebas.



Eso fue lo que hicieron los congresistas que viajaron recientemente a Estados Unidos con una única misión: calumniar al gobierno legítimo de su propio país. En lugar de defender al pueblo que los eligió, se dedicaron a hablar de “narcotráfico en el gobierno”, sin pruebas y con un tono de desprecio que no busca justicia, sino revancha.


Allá estuvo el autodenominado “jefe de la banda”, Efraín Cepeda —quien así se hizo llamar, creyendo que era un chiste y no una confesión—, acompañado por otros traidores de la misma bandola.


Entre todos, llevaron en la maleta más odio que argumentos, más espectáculo que verdad.


A esta porqueriza se sumó la candidata con micrófono: Vicky Dávila, modelo del desprestigio del periodismo convertido en arma política. No fue a informar, fue a sembrar sospechas con su estilo traicionero y su narrativa selectiva.


Lo que hicieron no fue control político ni ejercicio periodístico: fue delatar a su país por razones ideológicas y por hambre de poder. Y es esa traición a la patria la que hoy le da validez al vecino para denigrar e intrometerse en los menesteres de nuestra casa. Porque cuando los propios habitantes señalan su hogar como un foco de podredumbre, el vecino se siente autorizado para opinar, exigir, castigar, incluso entrar sin pedir permiso. Lo llaman cooperación, pero es intervención disfrazada. Lo presentan como preocupación, pero es dominio.


Fueron a pedir que el vecino nos arreglara la casa, cuando el vecino tiene la suya, patas arriba: violencia estructural, desigualdad crónica, cárceles repletas de pobreza y un historial imperial que habla por sí solo. Ese vecino, cuando mete las manos en otras casas, no lleva jabón ni escoba: lleva contratos, bases militares y condiciones.



¿Quién ama más su casa: el que limpia, critica y reconstruye desde adentro, o el que la arrastra por el piso del vecindario para conseguir favores? No hay duda: los que viajaron a hablar mal de Colombia no fueron patriotas, fueron traidores. Y no traicionaron solo a un gobierno: traicionaron al pueblo, a la soberanía y a la dignidad nacional.


Traicionar a la patria no siempre requiere un arma. A veces basta con un micrófono abierto, un pasaporte en la mano y una maleta llena de ignominia.

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