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¿A quién le sirve el atentado contra Miguel Uribe Turbay?

Por: Héctor David Toloza Peña



En plena crisis política, cuando el Gobierno propone una Consulta Popular y la derecha pierde fuerza, el intento de magnicidio contra Miguel Uribe sacude el tablero. ¿A quién le sirve este atentado? ¿Y por qué justo ahora? Una mirada crítica a la manipulación del miedo, el reciclaje de narrativas y la desesperación de quienes se saben en declive.


El país acaba de entrar en una nueva dimensión política. Miguel Uribe Turbay, senador del Centro Democrático, fue víctima de un intento de asesinato perpetrado por un adolescente de 14 años. Le dispararon en la cabeza, a plena luz del día y el dictamen médico de gravedad y el pronóstico aún es reservado. La noticia sacudió a los medios, a la opinión pública… y al tablero político.



Pero, ¿Quién disparó realmente? ¿Quién es el verdadero autor? ¡El momento perfecto para el caos! El atentado no ocurre en un vacío. Aparece justo cuando el Gobierno de Gustavo Petro propone una Consulta Popular, para que el pueblo decida directamente sobre las reformas sociales bloqueadas por el Congreso. Y ese Congreso, dominado por la derecha, continúa en guerra abierta contra la agenda del Gobierno.


La extrema derecha y el uribismo pierden fuerza, fracturados, sin liderazgo visible ni narrativa coherente. Atraviesan una caída en picada, y no es casualidad. Su desgaste es el resultado de años de clientelismo, desconexión con el pueblo y una narrativa basada en el miedo y la seguridad sin justicia social. Están desorientados, sin un candidato fuerte que los represente ni una figura que logre aglutinar sus sectores dispersos. Pero lo que más los tiene en crisis es que el presidente Petro no les está dando mermelada: no les entrega cuotas, no les garantiza burocracia ni contratos. En esa lógica, el sistema que los sostenía se tambalea, y lo que antes era gobernabilidad a punta de chequera, hoy se vuelve impotencia política.


Hay que tener en cuenta que la calle empieza a calentarse: protestas indígenas, campesinas, obreras. La tensión social sube. Y justo ahí, cuando la institucionalidad tiembla y el pueblo empieza a moverse, aparece el atentado.


Demasiado conveniente. ¿Quién se beneficia del atentado? No son las disidencias ni los narcos. Miguel Uribe no representa una amenaza real para los grupos armados. No es un líder influyente, ni un negociador clave, ni un obstáculo serio para el poder informal. En términos crudos: no valía una bala desde ese lado.


¿Entonces quién gana?


-La derecha extrema, desesperada por recuperar protagonismo.

-Los sectores más oscuros del uribismo, sin discurso ni mártires.

-Los medios aliados, listos para imponer la narrativa del “odio presidencial” como causa del caos.


Pero también cabe plantear otra pregunta con suspicacia: ¿Y si hubiese sido la izquierda o alguien del gobierno? ¿Qué ganaría realmente?


Aquí el razonamiento lógico cae por su propio peso: Miguel Uribe no es un opositor estratégico, no tiene peso para volcar una elección, no lidera una bancada clave, su caída no cambia el ajedrez político. Si el Gobierno o alguien de su entorno quisiera “silenciar opositores”, ¿por qué elegir a un senador que no representa un riesgo directo, ni tiene control de agenda nacional?



Además, hacerlo sería suicida: daría pie a un linchamiento mediático, victimizaría a la oposición y fortalecería los discursos de quienes justamente están en decadencia.


Hoy, en un giro perverso, ciertos sectores de la derecha intentan invertir la historia. Quieren hacerle creer al país que ahora es la izquierda la que elimina opositores, como si fuera ella la heredera de las prácticas violentas que durante décadas marcaron la política colombiana.


Pretenden equiparar este atentado con los asesinatos sistemáticos que sufrió la izquierda cuando la extrema derecha, en alianza con actores del conflicto armado —paramilitares, AUC, AGC e incluso el cartel de Cali— eliminaba físicamente a sus líderes: Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro, entre otros. Hoy buscan victimizarse con la misma táctica que ellos mismos aplicaron durante años, sembrando la idea de que la izquierda ahora juega el papel del verdugo. Es una jugada desesperada, cínica y peligrosa.


Esta es la trampa de fondo: que el país crea que la izquierda “está eliminando opositores”, una frase que hace eco, por cierto, a la que se repite desde la derecha: “Nos quieren silenciar”.


Ya hay ecos y voces que quieren aprovechar el momento y hacerse escuchar con el dolor ajeno. La desesperación de los sectores de derecha se hace evidente no solo en su narrativa, sino en su puesta en escena. Figuras como el expresidente Andrés Pastrana y la periodista Vicky Dávila —exdirectora de Revista Semana y ahora candidata presidencial del grupo Gilinski— acudieron rápidamente al hospital donde permanece Miguel Uribe.


No por solidaridad humana, sino para encender los micrófonos y señalar culpables. Ambos apuntaron directamente al presidente Petro, responsabilizándolo por el atentado, bajo el argumento de que su “discurso de odio”, difundido en alocuciones y publicaciones en X, ha creado un clima de persecución política. Hablaron de una supuesta “falta de garantías” para hacer política, como si fueran voces silenciadas, cuando en realidad siguen teniendo control sobre medios masivos, poderes económicos y bancadas legislativas.


Esta sobreactuación no es otra cosa que una jugada desesperada de quienes están perdiendo terreno: sin un candidato fuerte, sin narrativa renovada y sin la mermelada que otrora lubricaba sus maquinarias, lo único que les queda es victimizarse ante la opinión pública.



Entonces volvamos al punto central: ¿A quién le sirve que el país crea que Petro está “eliminando a la oposición”? El viejo truco de siempre: el mártir útil. Esto huele a operación interna. A fuego amigo. A sacrificio simbólico.


Así como Lara Bonilla fue usado por el galanismo para denunciar el narcotráfico, Miguel Uribe podría ser elevado a la categoría de nuevo mártir de la "Colombia decente". Si muere, será canonizado mediáticamente. Si sobrevive, volverá como el "Uribe joven", el “sobreviviente del odio populista”, listo para reconquistar el discurso de la ley y el orden.


Todo esto mientras el país olvida las reformas, las luchas del pueblo, la corrupción, la miseria diaria.


Y lo más preocupante: la historia tiene lógica de déjà vu. El chico de 14 años: el chivo expiatorio perfecto. Un menor de edad es: Fácil de reclutar, fácil de desechar e imposible de interrogar públicamente.


¿Quién lo entrenó? ¿Quién le dio el arma? ¿Quién lo mandó? Esa investigación es la que no veremos en los grandes medios, porque nadie quiere prender esa mecha. La justicia juvenil lo blindará, y el expediente se cerrará rápido, pero el objetivo se habrá cumplido: miedo, confusión, manipulación.


El enemigo es el miedo. Nos quieren poner a temblar, nos quieren meter de nuevo en el relato de la guerra, nos quieren convencer de que hay una “persecución” contra el uribismo, para justificar lo injustificable: más represión, más control, más manipulación emocional.


Y no es la primera vez. Durante el paro nacional de 2021, bajo el Gobierno de Iván Duque, sembraron pánico con la historia de que “venezolanos se estaban metiendo a nuestras casas a robar”. ¡Nunca pasó! No hubo saqueos masivos, no hubo pruebas. Solo miedo, amplificado por los noticieros, usado como gas lacrimógeno mediático para apagar el fuego de la movilización social. Hoy repiten el libreto, pero esta vez el actor es otro, y el impacto más peligroso. Buscan que el pueblo vuelva a encerrarse en su casa… y en su miedo.



La estrategia es clara: si no pueden ganar con votos, ganarán con miedo. Si no pueden convencer, manipularán. Y si no pueden gobernar, sabotearán al que lo intente.


Que no nos distraigan.

Que no nos paralicen.

Que no nos manipulen.


Porque si este atentado fue, como sospechamos, un intento de crear un mártir para revivir una narrativa muerta, entonces estamos ante una nueva forma de guerra: la del miedo, el espectáculo y la mentira.


Y si lo que buscan es acusar al Gobierno de silenciar opositores, el verdadero objetivo no era Miguel Uribe, era nuestra conciencia crítica.

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