Por: Stella Ramirez G.
La juventud colombiana ha emergido como una fuerza vital y transformadora en la sociedad, especialmente en el ámbito político. Durante décadas, los jóvenes fueron relegados y apartados de las políticas de Estado, lo cual generó una apatía e indiferencia hacia la política. Esta exclusión no fue accidental, ya que los gobiernos anteriores encontraron conveniente mantener a los jóvenes al margen, subestimando su potencial para movilizar masas y generar cambios.
Sin embargo, esta situación ha cambiado drásticamente en los últimos años. La búsqueda de la paz y la justicia social ha despertado una conciencia y un compromiso político sin precedentes entre los jóvenes colombianos. Las universidades, tanto públicas como privadas, se han convertido en focos de esta movilización. En estos espacios se encuentran jóvenes de diversas procedencias: campesinos, artistas, científicos, feministas, y más, todos unidos por un deseo común de cambio y justicia.
La represión estatal ha intentado, en numerosas ocasiones, silenciar estas voces emergentes. Los jóvenes que protestaron contra la reforma tributaria y que perdieron sus vidas en el proceso son recordados como mártires de una lucha que sigue vigente. A pesar de la estigmatización y los intentos de desacreditarlos, los jóvenes continúan alzando su voz contra las injusticias y las desigualdades que han marcado la historia de Colombia.
El poder de los jóvenes radica en su capacidad para soñar con un país mejor y luchar por ello, enfrentando la adversidad con valentía. Hoy, más que nunca, los jóvenes son reconocidos como actores sociales y políticos esenciales, capaces de impulsar dinámicas que podrían poner fin al conflicto social y armado en Colombia. Esta juventud, que antes fue subestimada, ahora es vista como la fuerza motriz de una nación que aspira a un futuro más justo y equitativo.
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