Por: Juan C. Camacho C.
Hace poco en España se aprobó la Ley “Trans” que se enfoca en lo que establece la infame ideología de género y que, más allá de la evidencia observable y la lógica del sentido común, se basa más en convertir deseos en derechos que en generar comunidades o estados realmente libres sin distinguir minorías y estableciendo la libertad como algo íntimo y personal sin, por supuesto, obligar a la mayoría o al mismo individuo a acoplarse a exigencias particulares de minorías que alegan exclusión; es decir, mi libertad no debe estar coaccionada a la percepción personal de alguien que me exige que yo renuncie a mi sentido común o a la evidencia científica establecida, no por machismo o intolerancia, sino para establecer claridad en un mundo que intenta, por la fuerza, imponer ideologías o gustos personales con penas sociales como la cancelación o económicas como multas y, peor, hasta con condenas efectivas a prisión.
Se ha llegado a tanto que hasta el “piropo” o galantería se han condenado, pero se estudia seriamente el declarar la pedofilia como una orientación sexual; y, mientras se rasgan las vestiduras hablando de hacer universal el irritante e insensato “lenguaje inclusivo”, no buscan generar el aprendizaje de lenguaje de señas o manejo del Braille como parte de una verdadera inclusión. Se crean ministerios de la Igualdad (Diría Orwell Ministerios de la Verdad), no solo para agregar carga burocrática al estado ya sobresaturado, sino para satisfacer esos deseos o caprichos de personas que, a veces, terminan frustrados o arrepentidos porque no obtuvieron ese apoyo emocional real cuando presentaron una terrible confusión de identidad fruto de factores que afectaron significativamente su personalidad.
Se olvida que la verdadera igualdad debe ser ante la ley, que, por supuesto ha de ser justa y, que, también esta igualdad debe ser de oportunidades que permitan que el que se esfuerza con su trabajo, el que con méritos debidamente demostrados logra ascender en el escalafón social o de la empresa sin importarme si tiene un gusto o deseo sexual distinto o si su identidad (forma en que subjetivamente se percibe) no interfiere en su desempeño social o laboral. Al contrario, los “progres” o “wokes” se decantan (más por anhelo de poder político y sus privilegios) por propuestas que imponen a “minorías” que, con argumentos profundamente sofistas imponen sus intereses egoístas pisoteando la libre expresión o la diferencia de percepción de los que no “piensan” igual que ellos. Llega la imposición de sus “utopías personales” sobre la racionalidad del pensamiento basado en los hechos y en lo científicamente comprobable; es decir, por más que alguien se empeñen en negar su genética porque se percibe como otro género, edad y hasta otro reino (animal o vegetal) eso, científicamente es imposible de lograr; o como dice el saber popular “el deseo no preña”.
Del oscurantismo de la Santa Inquisición a los Torquemadas de la comunidad LGTQBIetc., de la tortura en el Potro o en la Doncella de Hierro a la cancelación, el despido deshonroso, la multa impagable y la cárcel humillante por no ser políticamente correcto. Si declaras que alguien, como el individuo maduro que se siente niña de 8 años o el que tiene muñecos como pareja e hijos, requiere de cierto apoyo psicológico o emocional te señalan como hereje y te incineran en la hoguera de la cancelación y el descredito. Te vuelves cultor del odio, te invisibilizan, te condenan al ostracismo social, te anatemizan de manera brutal; el Santo Oficio de los medios y la Congregación para la Doctrina de la Inclusión son las nuevas formas de imponer una teología bastante perversa y realmente poco inclusiva. La crucifixión es emocional, los latigazos son el silencio y el desprecio público y la corona de espinas es, junto al sambenito oscuro y lóbrego, la destrucción de tu derecho a opinar, a defender la lógica y de demostrar los hechos utilizando el método científico.
Pero, la verdad, no es intolerancia, machismo, crimen de odio o ese largo etcétera que es el argumento de la progresía mundial; de mi parte no odio a los que desarrollan sus relaciones sexuales con quien les venga en gana o con lo que les proporcione el placer físico que buscan alcanzar y que es una decisión libre que asumen una vez cumplida su mayoría de edad (pero si condeno a aquellos que abusan de menores púberes); no soy racista, es más, el peor racista es aquel que aun siembra odios al generar un pensamiento minoritario de seguir alentando el victimismo por el color de la piel; tengo un sobrino que eligió la homosexualidad como su expresión del deseo sexual y su forma de expresar el amor y, por supuesto, lo valoro y lo respeto; tengo sobrinos de ascendencia afro y los quiero sin ver en ellos color de piel, valoro a la persona por su mérito desde lo académico o lo profesional y no por sus decisiones intimas personales; pero no creo que establecer por ley caprichos y deseos alegando que son derechos sea una forma real de incluir; sino, por el contrario, es una dictadura encubierta de unas minorías cargadas de resentimiento e ignorancia. Al final la verdadera Libertad no es lo que vende la progresía sino el respeto irrestricto por la decisión de vida de cada individuo pero que esa decisión no sea impuesta por ley o termine destruyendo los verdaderos derechos fundamentales de la población.
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