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Del lifting al delirio trans: Petro sueña con ser el nuevo Bolívar

Por: Diego Fernando Ojeda Casanova



En el año de 1822, desde las cumbres del Chimborazo, Simón Bolívar escribió un delirio místico en el que se creyó un semidiós andino, capaz de partir rayos con la mirada y fundar repúblicas con la pluma. Dos siglos después, desde el mismo volcán ecuatoriano —o al menos desde un hotel boutique con desayuno bufé— Gustavo Petro ha tenido su propio delirio, aunque más facial que filosófico: llegó sonriente, bien peinado, estrenando lifting y con la cara más estirada que el presupuesto de Ecopetrol.


Lo curioso es que días antes había tuiteado, con la sobriedad de un juglar resentido, que no reconocía el triunfo de Daniel Noboa en Ecuador. Pero bastaron un par de días, un jet presidencial, y una buena sesión de Botox para que Petro cambiara de parecer y se apareciera en primera fila en Quito, aplaudiendo a quien hasta hace poco acusaba de ser producto de un algoritmo con corbata.



Pero como Petro no da puntada sin dedal (ni dedal sin discurso, ni discurso sin un “yo lo dije en campaña”), aprovechó el viaje para anunciar su nuevo sueño: no el de gobernar Colombia —empresa que abandonó hace tiempo en manos de Benedetti, Laura Sarabia y su cuenta de X—, sino refundar la Gran Colombia. Así como lo oye: unir de nuevo a Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. La nueva integración bolivariana, pero con Wi-Fi y con más coca.


¡Una locura histórica y futbolística! Porque, vamos, ¿quién va a pensar en la Conmebol? Al juntar cuatro países con selección propia, lo primero que perderíamos sería el derecho a soñar con ir al Mundial. Pasaríamos de tener cuatro cupos y medio a uno y medio. ¿Y todo por el capricho geopolítico de un presidente con complejo de prócer?


Y ni hablar de Panamá: si se mete en la fusión, ¿nos tocará jugar las eliminatorias en la Concacaf? Lo que significa visitar estadios con calor de microondas en Honduras, canchas inclinadas en El Salvador y arbitrajes dignos de serie de Netflix.


Y todo para pelearle un cupo a Canadá, México, y Estados Unidos, los tres únicos equipos que saben jugar allá, mientras el resto va a hacer turismo táctico.


¿Nos veremos obligados a clasificarnos enfrentando a Martinica y Bermudas? ¿Nos bajarán el nivel del álbum Panini? Ya la pelea no será entre guerrilleros y bandas criminales, sino entre quiteños, costeños, llaneros y canaleros para ver quién pone al técnico de la Gran Selección Bolivariana. ¿Reinaldo Rueda? ¿Dudamel? ¿Un Chamán del Putumayo con diplomado en geopolítica ancestral? ¿O acaso “Segundo Castillo?; (el técnico que sale a dirigir en frac). La idea suena bonita en el papel —y en las canciones de Carlos Vives—, pero en la práctica futbolera significaría una tragedia de proporciones mundialistas.



Lo cierto es que Petro no quiere gobernar Colombia. Ese país ya lo considera un asunto cerrado, como su tesis universitaria o su cuenta de Nequi. Ahora apunta más alto: a refundar el continente. Él no quiere ser presidente, sino Mesías. No quiere entregar resultados, sino visiones. Y si Bolívar tuvo su delirio en el Chimborazo, Petro tiene el suyo en el Chimborazo de su edecán Yepes. Ahí se le revelan las verdaderas reformas, los pactos históricos y los mandamientos de su república imaginaria.


Porque si algo va a presidir Petro con entusiasmo, no será una Gran Colombia cualquiera. No. Será la Gran Colombia Transandina, un país incluyente, fluido, postmoderno… y trans. Lo único trans que Petro podría presidir sin protestas ni tutelas. Su gran sueño. Su gran delirio...

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